Este Búho no deja de sorprenderse por el caso del narcotraficante serbio Zoran Mihajlović, conocido mundialmente como ‘Mil caras’, porque tiene más de 43 pasaportes con nombres y apellidos distintos. Dos metros de altura de pura maldad y cinismo.
Las autoridades de República Checa habían rastreado por años las actividades ilícitas de una red criminal serbia llamada ‘Grupo América’, que logró enviar cocaína desde Sudamérica a Europa durante décadas, jefaturada por narcos de Estados Unidos y Europa. En el Perú, uno de sus hombres clave era Zoran, quien se movía como ‘Pedro en su casa’ por Europa y Sudamérica, y si era detenido, ofrecía miles de dólares a los policías. Así se libró de quedar encarcelado en Barcelona en el 2009. Allí las autoridades al revisar sus maletas encontraron libros de filosofía del romano Séneca y apuntes de obras de filósofos como el alemán Friedrich Nietzsche y Kant. Según él, la lectura de filosofía le permitía disipar su mente de las palabras ‘alijos’, ‘embarques’, ‘containers preñados’, ‘ajuste de cuentas’, ‘toneladas’ y otras palabras básicas del diccionario de los narcotraficantes.
La arriesgada periodista checa Pavla Holcová ingresó a Castro Castro vestida como una prostituta, para entrevistar al gigantesco narco de dos metros de altura.
La periodista lo sorprendió en su exclusiva celda del pabellón 2B. Ella escribió en su revelador informe publicado en Praga: “Lo sabía todo sobre Zoran. He leído toda la información disponible sobre él y su grupo. Unos instantes después oigo que se descorre el cerrojo. Una cabeza afeitada me mira con asombro. ‘¿Qué quieres tú?’ ‘Soy periodista y me gustaría hablar con usted sobre su caso’, digo, intentando actuar con normalidad. ‘Odio a los periodistas’, dice. ‘¡Yo no doy entrevistas!’. Pero decido jugármela. ‘Entonces podemos simplemente sentarnos y hablar de lo que sea’, le propongo. La puerta se abre. Zoran me invita al interior de su celda. Es un recluso especial y no solo por su palidez y sus dos metros de altura. Solo aquellos con medios pueden permitirse una celda privada con baño propio. El dinero de Jaksić también le permite disponer de dos smartphones. La policía peruana nos dijo que continúa dirigiendo su negocio de la droga desde prisión. Ahora sabemos cómo. La celda está decorada como una discoteca de los noventa: azulejos negros, almohadas y una mullida manta decorativa de piel de tigre. ‘¿Hay algo que eches de menos aquí?’ ‘No exactamente’, dice con sorprendente sinceridad. ‘Puedes comprar de todo aquí. Tengo una televisión. Me traen toda la comida que quiero desde el exterior. Una botella de whisky cuesta 100 dólares más sobornos. Y aquí tienes mi perfume francés’. Más tarde aprendo el significado exacto de ‘cualquier cosa que necesito’. La lista de visitantes de Mihajlović la copan prostitutas de lujo procedentes de Montenegro, que llegan en grupos de tres y que pasan nueve horas de placer con el narco”.
La periodista cuenta que el serbio tiene una buena biblioteca en la celda y le confiesa que la lectura lo ayuda a evadirse de su encierro dorado, pero encierro al fin. Reconoce, además, que a ella le sirvieron sus cursos de filosofía para poder sostener una conversación alturada con el narco, que pasaba de hablar de la guerra del Peloponeso a Tucídides y a la antigua Esparta.
El jefe del ‘Grupo América’ cree que los montenegrinos son los descendientes de los espartanos y se comportan en consecuencia. Luego se interesa por la genética y discuten sobre los orígenes de las naciones europeas: Los checos son celtas, no eslavos, dice. ¿Y los búlgaros y los serbios? ¿Cuál es el alfabeto más antiguo?, se pregunta.
La periodista confesó después que, por momentos, parecía que estaba recibiendo una clase de filosofía de un docente de una universidad europea y no conversaba con el jefe de un cartel que inunda de droga peruana y boliviana a toda Europa y seguramente debe cargar con varios muertos en su dilatada trayectoria en el hampa internacional.
La periodista continúa con su relato: “El foco que iluminaba la celda se apaga, dejándonos en la oscuridad. ‘No te preocupes, no voy a matarte’, dice secamente, abriendo la puerta para dejar entrar algo de luz. ‘Venga, vamos a tomar un café. ¿Alguien te ha invitado alguna vez a tomar un café en prisión?’. Conforme avanzamos por el pasillo, los reclusos se dan media vuelta —parece que siguen órdenes de Zoran, que no quiere que miren a sus huéspedes—. El pasillo de la prisión está abarrotado, pero hay espacio para nosotros en la cafetería improvisada. Nadie se atreve a ocupar la mesa exclusiva de Zoran”.
Con esos lujos vivía el narcotraficante que estuvo a punto de protagonizar ‘la fuga del siglo’ en el país. Apago el televisor.