Este Búho considera justa la definición de Jaime Bayly a Daniel Ortega, dictador de Nicaragua, y su esposa vicepresidenta, Rosario Murillo, como el ‘alacrán’ y la ‘tarántula’. Fue el día que sacó de las cárceles a 222 presos políticos y sin comunicar a sus familiares los metió en un avión rumbo a Washington, no sin antes despojarlos de lo que más querían esos patriotas opositores: la nacionalidad.
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Fue el mismo Ortega quien declaró a una cadena internacional que fue su esposa, una fanática del esoterismo y la lectura de cartas, la que planeó ese puñal contra los luchadores de la democracia, expulsarlos para siempre del país y sin nacionalidad para impedirles que participen en la política nacional. Para sus víctimas, entre ellos comandantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional que derrocó la dictadura de Anastasio ‘Tachito’ Somoza en 1979, como Hugo Torres, el ‘Comandante Uno’, Dora Téllez, la mítica ‘Comandante Dos’.
Ortega ejerce una dictadura peor que la de Somoza, pues concentra el poder sin compartirlo con nadie. Hugo Torres casi muere en prisión porque sufrió un ataque. “Lo que son las vueltas del destino. Yo arriesgué mi vida en 1974, cuando sacamos a Ortega de las mazmorras somocistas, y en el 2021 me metió en un tétrico calabozo en el que casi muero”. La traición tiene nombre: Ortega.
Dora María Téllez es legendaria y en 1978 lideró la ‘Toma del Palacio Nacional’, donde Gabriel García Márquez la inmortalizó en su libro ‘La toma de palacio’. Ella pasó más de 600 días en el más siniestro penal del país: ‘El Chipote’. “La tortura era psicológica, estábamos prohibidos de leer y escribir. La visita podía demorar meses”. Hoy Téllez está en Estados Unidos, pero promete seguir luchando contra el dictador.
Cuando el sandinismo, que es una corriente política nicaragüense de izquierda, triunfa sobre Somoza -como decía, en 1979- se conforma una junta donde había empresarios como los Chamorro, socialdemócratas como Edén Pastora (‘Comandante Cero’), socialistas como el escritor Sergio Ramírez, cristianos como el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal y marxistas ortodoxos como Ortega y Tomás Borge. Ortega era el peor orador de todos y el menos carismático, pero era un experto en conspiraciones y logró hacerse nombrar ‘coordinador de la Junta’.
En un año apartó a Pastora y los Chamorro. Y en 1984 se hizo nombrar candidato del sandinismo, que ganó con el 64 % de los votos. Con la llegada del republicano Ronald Reagan a la Casa Blanca, surgen grupos ‘contrarrevolucionarios’ financiados por el ‘cowboy’. Después de cruenta lucha, los sandinistas acaban con ‘los contras’, (los insurgentes financiados por Estados Unidos) pero la disolución de la Unión Soviética golpea la economía del país y Daniel convoca elecciones presidenciales. Contra sus compañeros que apostaban por una candidatura del FSLN de Ramírez o Cardenal, Ortega impone la suya. Gana con el 38 % de los votos.
Se atornilla en el poder al copar el Poder Judicial y la cúpula del Ejército
Reprime salvajemente movilizaciones de trabajadores y estudiantes. Los líderes como Sergio Chamorro, Dora Téllez y Ernesto Cardenal se le oponen. En ese tiempo, su hijastra Zoila América —la hija de Rosario Murillo— sacude a la opinión pública al denunciar que su padrastro la violó desde que ella tenía nueve años. La mujer decidió llevar su caso al Congreso, pero allí lo ‘blindaron’ y ella sufrió el acoso de los medios afines al dictador y la acusaron de ser ‘agente de la CIA’.
Lo peor es que Rosario Murillo, su madre, salió en defensa del presunto violador. Después salieron a la luz otras mujeres violentadas por Ortega, pero Rosario se mantuvo leal a su marido. Este la recompensó como todo buen dictador: modificó la Constitución y la nombró su vicepresidenta. Mientras su hija tuvo que exiliarse en Costa Rica, donde sacó el libro ‘Exiliada, la hijastra de Ortega’.
Pero la muerte de cientos de disidentes, acompañada de crecientes niveles de pobreza, agudizaron las protestas. Aumentaron los exilios voluntarios y en el 2018 una protesta estudiantil dejó un saldo de 300 muertos. A partir de allí la oposición se multiplicó y la represión se tornó más despiadada. Las cárceles rebalsaban y ni la expulsión de 222 presos políticos puede detener la incontenible ola de protestas.
Sin embargo, resulta sospechoso que Amnistía Internacional ni el mexicano López Obrador o el colombiano Gustavo Petro hayan condenado la flagrante violación de los derechos humanos en Nicaragua. Es el doble rasero que le llaman. Apago el televisor.