Este Búho se sintió muy apenado por la muerte, hace unos días, del gran Charlie Watts, el legendario baterista de los Rolling Stones. Se fue a los 80 años por un cáncer de garganta. Tengo que ingresar al túnel del tiempo. Debo precisar antes que fui, en el 2016, uno de los afortunados que estuvo en el Monumental en ese histórico concierto que dio la banda inglesa.
Recuerdo que a inicios de los setenta, Mick Jagger y Keith Richards tuvieron serios problemas con las autoridades por el problema del consumo de drogas y hasta fueron acosados y sus domicilios allanados con el pretexto de buscar sustancias ilegales. Por eso se ganaron fama de malogradazos y de tocar ‘stones’. Esa noche los cincuenta mil fanáticos salieron ‘stones’, al escuchar a la mejor banda de rock and roll viva de la Tierra. Cincuenta años arriba de un escenario no pasan en vano.
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Cuando a las nueve de la noche sonaron los primeros acordes de ‘Start me up’, el coloso de Ate se vino abajo. No sé cómo este columnista, que estaba en mi clásica popular Norte, terminó en Occidente cómodamente instalado, gracias a algún vivazo que abrió por algunos minutos una puerta que daba acceso de la popular a la privilegiada tribuna. Nadie se hizo paltas, todos éramos iguales en esas mágicas dos horas. Todos coreaban los hits que se sucedían uno a uno: ‘It’s only rock and roll’, ‘Tumbling dice’ y ‘Out of control’. Empezando por Mick, que andaba frenético, se movía como si una culebra se hubiera introducido en su pegadísimo polo. ‘Una anaconda’, hubiese dicho Monique Pardo. Con un ‘¡Hola... mis causitas!’, Jagger se metió al respetable en el bolsillo. Keith Richards y Ronnie Wood son la comparsa perfecta, tomando un protagonismo necesario, porque Mick, aunque nadie lo crea, tenía en ese entonces 72 años, y ni un jovencito puede resistir dos horas con semejante derroche de vitalidad y frenetismo.
LOS MEJORES MOMENTOS DE LOS ROLLING EN PERU
Uno de los momentos de más reposo para el vocalista, y de sobrecogimiento para el público, fue escuchar a Richards con su guitarra acústica y ‘You got the silver’. Pero el momento esperado con angustia por los fanáticos llegó. En otras ciudades no tocaron la balada ‘Angie’, el tema en homenaje a la primera esposa de David Bowie, íntimo amigo de Mick en épocas de locura. Fue el más reclamado por los seguidores en internet, luego ‘Like a rolling stone’.
Este columnista se había emocionado al escuchar ese tema en la voz de su compositor, el extraordinario Bob Dylan, en un concierto en San José de Costa Rica, pero me da igual o más escuchando a cincuenta mil gargantas seguir a los ‘dinosaurios’ (los verdaderamente buenos) Stones. En las necesarias pausas, Mick sacó a relucir su chispa, al alabar nuestra gastronomía. Y nos cochineó: ‘Mi hija tiene un cuy de mascota y llegó aquí y ya no lo encontró’. Seguro porque probó la exquisita carne del roedor, que no es común en otros países. Alabó también a los chibolos que bailaban frenéticos. ‘Bailan mejor que sus vecinos, en Chile’, dijo. Esto suscitó las carcajadas del respetable.
Detrás de los cuatro Stones había una banda de acompañamiento de cinco músicos, entre tecladistas, guitarristas y coros. Siguieron ‘Gimme shelter’ y el entrañable ‘Miss you’. Y luego nos soltaron un tema de oro puro: ‘Sympathy for the devil’ (Simpatía por el diablo). Ahí Mick entró en trance satánico. ‘¡Un exorcista!’, bramó un chistoso con más de diez vasotes de cerveza en el estómago. Pero todo el coloso se vino abajo con el riff más famoso en la historia del rock, Keith Richards iniciando ‘Satisfaction’. Charlie Watts estaba atrás con la melodía inconfundible de su batería. Descanse en paz, maestro, y larga vida a los Stones. Apago el televisor.
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