Este Búho no conoce otra manera de hacer periodismo que recorriendo las calles o ensuciándose los zapatos. Ni el analista más experimentado de Harvard puede hacer una radiografía tan real y fiel de la sociedad que el ciudadano de a pie, el que sufre y padece de manera directa la crisis política y económica. A mis jóvenes colegas que me escriben al WhatsApp para pedirme consejos, les digo que vayan a los paraderos de buses, a los mercados y, en este verano, sobre todo, a las populosas playas de nuestro litoral para ‘bañarse’ con un poquito de realidad nacional. En esos espacios donde confluyen todas las clases sociales y todas las razas se puede medir el pulso de nuestro país. Bien decía el poeta Antonio Machado: ‘Se hace camino al andar’.
MIRA: Maratón de ‘Narcos’ en Netflix
Por eso, este columnista no puede estar quieto y aproveché el fin de semana para darme una escapadita exprés al sur de nuestra ciudad. Tempranito partí desde el puente Atocongo, en San Juan de Miraflores, hacia Cañete. “Anda a este restaurante, donde la especialidad es la carapulcra con sopa seca. Gastón Acurio es su caserito”, me animaron. Mientras el bus recorría la serpenteante Panamericana sur y el sol despuntaba, familias enteras esperaban en los paraderos para disfrutar con sus pequeños los últimos días de vacaciones. ¿El destino? Las playas del sur chico: El Silencio, Punta Hermosa, San Bartolo, León Dormido.
Que nuestra capital tenga tal cantidad de playas es un privilegio que los limeños hemos aprendido a disfrutar con el tiempo. Cada vez estas playas son más accesibles. Ahora hay más ofertas de transporte y de todos los costos. Luego de largas semanas convulsas, los capitalinos se dan un respiro. Cientos de miles abarrotan las costas para pasar momentos en familia o entre amigos. Un caballero que ocupó el asiento de al lado me dijo: “La otra semana empiezan las clases, así que hay que sacar a pasear a los cachorros”. Es un maestro de obras, quien junto a sus dos hijos, su esposa y su suegra iban hasta Pucusana. “Le diré que por las manifestaciones no hemos podido salir mucho. Siempre había el temor de que nos pudiera pasar algo, pero vemos que ya la situación está más tranquila”, apuntó.
Que a diferencia de años pasados, remontándose a épocas prepandémicas, faltaban asientos en su miniván por la cantidad de veraneantes que se movilizaban a las playas. En Cañete, a donde llegué en una hora, me recibió una morena cimbreante: “Aquí preparamos la carapulcra con sopa seca desde hace 60 años. Vas a sentir el saborcito de la leña. Y el chanchito está jugoso”. Trajo el manjar en un plato de barro y lo acompañó con un refresco heladito de cebada con linaza, mientras me contaba: “De cierta manera, la crisis sí nos ha afectado a todos los comerciantes de esta parte. Antes, a esta hora, no había mesas para tantos clientes. Ahora avanza lento, pero de igual manera nos estamos reactivando y seguimos trabajando”.
Este negocio, aunque pequeño, genera trabajo local. A pesar de los momentos difíciles, decidieron continuar con el restaurante. “Nosotros no tenemos tiempo para huelgas o paros, nosotros trabajamos porque sino no comemos”, agregó. Ya por la tardecita, pasé por Cerro Azul, a unos cinco minutos de Cañete. Caminé por su hermoso muelle abarrotado de enamoraditos y de pescadores aficionados. A pesar de los tiempos recios, los peruanos parecen afrontarlos con dignidad y coraje. No hay otra fórmula de enfrentar la crisis que trabajando. Frente a ese mar inmenso y entre los ruidos de las gaviotas que regresaban a sus nidos, recordé esa canción de mi entrañable amigo Miki González: ‘Dicen que la vida empezó en el mar/ Debe ser así porque es un lindo lugar/ En el mar yo te quiero más’. Apago el televisor.
Contenido GEC