
Este Búho se sorprendió hace algunas semanas con la alucinante historia del pisqueño Máximo Napa Castro, el peruano que naufragó ¡95 días! en el mar. A la deriva, en esa inmensidad del océano, el pescador tuvo una lucha diaria contra el clima, el hambre, la sed y su fe. Comió hasta cucarachas. Recolectó lluvia. Atrapó aves. Y cazó una tortuga para beber su sangre y así sobrevivir más de tres meses contra un sol abrasador y, por las noches, unos vientos tan fríos que acuchillaban su piel y su ímpetu.
La historia de Máximo es digna de una serie en Netflix, sin duda. Pero a mí me hizo recordar el libro ‘Relato de un náufrago’, del colombiano Gabriel García Márquez. Se trata de una joya periodística que el Nobel de Literatura escribió cuando era un joven reportero del diario El Espectador. A pesar de su edad, ‘Gabo’ ya demostraba sus capacidades narrativas en el periodismo, como lo hizo también con ‘Noticia de un secuestro’.
El libro es un relato puntilloso, minucioso, entretenido y riguroso sobre el naufragio de Luis Alejandro Velasco, un tripulante del destructor ‘Caldas’, entonces nave de la Marina de Guerra de Colombia. Este fue un acontecimiento que paralizó el país cafetero en 1955.
Luis Alejandro Velasco fue el único sobreviviente de los ocho marinos que cayeron al mar después de una ‘tormenta’. Tras su rescate, el sobreviviente se convirtió en una celebridad, casi en un héroe de guerra o una estrella de cine. Fue condecorado por el Estado, grabó comerciales, firmaba autógrafos y las señoritas le sonreían.
Pero cuando llegó a El Espectador para vender su historia ya casi era un personaje en declive. Apareció tantas veces en los medios de comunicación que generaba hartazgo. El novelista contó que en un principio no tuvo interés en escribir aquella crónica, pues consideraba que había sido tan manoseada y tratada desde diversos ángulos que ya era un ‘refrito’.
Fue su director Guillermo Cano quien, con un olfato periodístico fino, aceptó comprar el testimonio. Y encargó la tarea a su mejor cronista: Gabo. En 20 sesiones de seis horas diarias, el náufrago y el joven reportero conversaron al detalle sobre aquel episodio.
En palabras de Gabo el relato ‘era tan minucioso y apasionante, que mi único problema literario sería conseguir que el lector lo creyera’. Mientras escuchaba el testimonio, el autor de ‘Cien años de soledad’ entendió que tenía entre sus manos un diamante en bruto. En el libro se cuenta cómo fueron los 10 días del náufrago en altamar, cómo luchó contra tiburones, comió cartón, despedazó una gaviota y quiso desgarrar el cuero de su zapato para poder comer.
La crónica se fue publicando día tras día. Causó tanto revuelo e interés, recuerda Gabo, que los lectores hacían largas colas para comprar el diario. Pero un detalle en el relato despertó la furia del dictador colombiano Gustavo Rojas Pinilla. El gobierno del golpista había afirmado oficialmente que los tripulantes cayeron al mar por culpa de una tormenta. Pero no fue así.
Luis Alejandro Velasco reveló a Gabo que en realidad fueron empujados por una carga mal ajustada. Se trataba de encomiendas que la tripulación llevaba de contrabando en el navío: refrigeradoras, televisores, lavadoras y otros electrodomésticos. Un acto ilegal.
“El propio gobierno celebró al principio la consagración literaria de su héroe. Luego, cuando se publicó la verdad, habría sido una trastada política impedir que se continuara la serie”, escribió Gabo.
La dictadura, meses después, clausuró el periódico en represalia. ‘Relato de un náufrago’ fue escrito en primera persona y los créditos fueron para el personaje de la historia: Luis Alejandro Velasco. Quince años después se reeditó y fue lanzado como libro, esta vez con los créditos del verdadero autor: Gabriel García Márquez. Este asunto fue el inicio de un problema legal que duró más de una década entre el náufrago y el escritor.
Por un lado, Luis Alejandro Velasco reclamaba parte de las regalías del libro, el que había sido traducido al chino, árabe, francés e italiano. Y se lo hizo saber en una carta. “Acudo a su dignidad y a su sentido de lo justo, colocados en la cumbre de un premio Nobel, para proponerle una conciliación”, le solicitó.
“La historia es de quien la escribe y no de quien la vive”
Gabo, al corriente, respondió: “Es la primera vez que recibo una carta de uno de los personajes de mis libros. Hiciste muy bien en escribirme, pues ya estaba averiguando tu dirección a través de El Espectador para ponerte al corriente de tus derechos de autor. Sobre todo, para que no te hicieras demasiadas ilusiones”.
A pesar de la desalentadora respuesta, el escritor tuvo a bien enviarle dinero al náufrago un par de veces. El proceso legal se alargaría durante diez años cuando finalmente le dio la razón al escritor, pues como bien dicen: ‘la historia es de quien la escribe y no de quien la vive’. Apago el televisor.
MÁS INFORMACIÓN:








