Este Búho recibe correos de jóvenes lectores que me piden que les siga escribiendo sobre la epidemia del cólera en el país de enero de 1991, que dejó más de tres mil muertos en un año.
El Perú de 1991 era un país con una economía en ruinas, heredada del desastroso primer gobierno de Alan García, que además dejó colapsado el sistema de salud pública. Hospitales estatales desabastecidos, con máquinas de rayos X malogradas y orfandad total de medicinas. Así encontró el país Alberto Fujimori que, de la mano de su ministro de Economía, Juan Carlos Hurtado Miller, implementó un draconiamo programa de ajuste económico, bautizado como ‘Fujishock’, que ‘sinceró’ la economía elevando los precios en algunos casos, como la gasolina, que subió 30 veces más y en otros productos hasta 300%.
En ese contexto, aquel enero de 1991 se produjo el brote del cólera en Chancay, con once casos y de ahí se instaló en Chimbote. En aquel puerto pesquero el virus encontró el lugar ideal para expandirse. La ciudad rodeada de pueblos jóvenes sin servicios de agua potable y alcantarillado, el agua contaminada vendida en cisternas y la llegada de barcos chinos cuyos tripulantes tenían la enfermedad y sus heces que fueron a dar al mar chimbotano afectando a los peces, fue lo que aceleró la epidemia. Pero fundamentalmente fue el agua con residuos fecales con el virus la que consumieron, sin hervir, los chimbotanos en aquel ardiente verano.
En Chimbote, la pobreza no permitía que los miles de pobladores de los asentamientos humanos pudieran comprar kerosene para hervir el agua. Al seis de febrero de ese año ya habían 500 pacientes y 14 fallecidos. En dos días había 3000 infectados y treinta muertos. En ese panorama sombrío, pero que no era nada comparado a lo que vendría después, llegué a la ciudad. Arribamos cuando la epidemia se había expandido por toda la urbe y periferia. ‘Vayan al hospital La Caleta’, nos dijo el botones del Hotel Presidente. ‘No se le ocurra tomar un refresco en la calle, ni comer un cebiche, tampoco ensaladas’. ¡¡Había tantos infectados que en la ciudad fue designado todo un hospital -La Caleta- para albergar solo a los enfermos del cólera!! Se los juro que nunca olvidaré la visión de ese hospital.
Los enfermos habían rebasado las 500 camas. Y los demás se apiñaban en el suelo con colchones de espuma. No se podía caminar. Había enfermos tirados con la incontinencia de la diarrea. El médico de turno me dijo con los ojos llorosos: ‘lo peor es que no tenemos suero para hidratar por completo a los pacientes. Se necesitan quince litros de suero por enfermo para rehabilitarlos’. ¿Y qué hacen entonces? ‘Cuando llegan les damos un litro para que se reanimen y los mandamos a su casa para que compren en la farmacia los catorce litros que faltan, pero no lo hacen porque son pobres. Se van a echar a su cama y les preparan panetela, que no les para la deshidratación y mueren irremediablemente’.
Vi a los pacientes amontonados en el suelo y me imaginé esa impresionante escena de la película ‘Lo que el viento se llevó’, cuando la heroína Scarlett O’Hara llega al hospital a buscar al doctor Meade en lo que en realidad era un inmenso pampón donde se apiñaban en el suelo miles de soldados confederados heridos o moribundos después de la batalla de Gettysburg, donde se selló la derrota de la Confederación. Pero nada se comparaba con el hedor de aquel hospital, donde se entremezclaban el olor fétido de las diarreas, la suciedad y, para colmo, el penetrante tufo de la harina de pescado y la hediondez del pescado podrido que llegaba del puerto.
Recién allí me quebré y se me humedecieron los ojos. Los periodistas no somos de piedra. Vuelvo al año 2020 y otra vez tengo cara a cara ya no a una epidemia, sino a una pandemia como el COVID-19. Ya pasamos los 400 infectados y van siete muertos. Este cronista dice las cosas por su nombre y no me gusta la ‘franela’ al poder.
Reconozco que el presidente Vizcarra está llevando desde la declaración de emergencia el liderazgo en esta lucha contra el virus como las circunstancias lo exigen. Pero hay que decir las cosas claras. El gobierno actuó tarde, claro, antes que otros irresponsables mandatarios, pero como apuntó Federico Salazar, se tomaron todas las medidas menos la que era clave: cerrar el aeropuerto y este se convirtió en una verdadera ‘coladera’ del virus. También me parecieron pésimas las declaraciones del nuevo ministro de Salud, Víctor Zamora, quien afirmó que ‘todos vamos a quedar infectados’.
El deber del periodista es el de mantenerse vigilante y criticar lo que es criticable, como las declaraciones de dicho ministro. ¡¡Por favor!! Apago el televisor.