Este Búho abre sus ojazos para leer la portada de Trome con el tremendo titular: Playas solo se abrirán de lunes a jueves. Esta pandemia nos está quitando hasta la diversión del pueblo los fines de semana. Pero no queda otra, pues el virus sigue muy fuerte entre nosotros. Solo me queda ingresar al túnel del tiempo para contarles mi íntima relación con el mar. Corrían los años ochenta. Recuerdo que con mi mancha de ‘lagartazos’ descubrimos una bajada a la Costa Verde por la playa Marbella. La veíamos lejana, pero algunos amigos que tenían carro nos decían que la playa ‘Los pavos’ daba la hora. “Colóquense frente al ‘Pavo Tito’, van a ver las mejores flacas y no necesitan llevar música. Hay parlantes que te pasan ‘La más más de Panamericana”. Entonces, tomábamos un micro hasta la plaza Bolognesi y de allí la histórica ’91’ que iba por toda la Brasil, y en la bajada de Marbella tirábamos dedo. En esos años, la gente era mucho más confiada. Lima no era tan insegura y los choferes se apiadaban de unos adolescentes a los que les esperaba una ‘lataza’ hasta ‘Los pavos’. Siempre terminábamos en la tolva de una camioneta o un auto y llegábamos a la playa.
‘Los pavos’ y ‘Redondo’ reinaban. En esos tiempos veías patitas con zapatillas Adidas, ropas de baño de marca y polos de moda. Las chicocas guapas, que parecían salidas de un folleto de Miami, vendían su pan con pollo. Se puso de moda entre los jóvenes de Magdalena, San Miguel o Barranco vender pan con pollo para financiarse la compra de buena ropa o un Walkman. La misma Gisela lo hizo. Con un shorcito de infarto y un top espectacular. Pero la playa que nos impresionó fue ‘La herradura’. Con mis ‘patas’ nos hicimos adictos a su influjo. Nos levantábamos temprano y a las 8 tomábamos la ’20′ en el ‘by pass’ de Tingo María con Venezuela. Ese micro hacía un recorrido alucinante. Se iba hasta el centro de Lima y salía por el Estadio Nacional pasando Santa Beatriz, San Isidro, Miraflores (paralelo al zanjón), Barranco y llegaba a Chorrillos, por ‘La cancha de los muertos’. En ese último paradero nos bajábamos después de casi dos horas. Ingresábamos al tétrico túnel de la playa. Oscuro, sin veredas para peatones. Pasábamos gritando y haciendo chongo, mientras los automovilistas nos subían las luces. Llegábamos a la playa y nos ubicábamos frente a lo que ahora es ‘Las gaviotas’, donde estaba el ‘Kurisch’. Allí vendían las mejores cremoladas de Lima. Lo que nos ahorrábamos en el pasaje, lo gastábamos en ese point donde los colorados estaban con sus tremendas motos y un ramillete de bellezas con los bikinis más chiquitos de Lima.
A las 3 volvíamos al ‘Kurisch’ por esas hamburguesas con carne sin químicos, jugosas, a la parrilla. Rompíamos el chanchito para ir a ‘La herradura’. Nos mezclábamos con tablistas, corredores de carros, actores, actrices, músicos y otros famosos. O nos ganábamos con algún concierto en vivo. Los jóvenes de hoy deben agradecer que el Metropolitano llegue hasta la misma playa. En ese tiempo, los adolescentes pasábamos una verdadera odisea para llegar hasta la mejor playa de Lima. Me parece mentira, veíamos el ‘Suizo’, el emblemático restaurante, muy lejano, inalcanzable. Me enorgullece haber sido un bañista de a pie. Lo viví tan intensamente que después de tantos años no solo lo recuerdo, sino que lo comparto con mis queridos lectores. Apago el televisor.