Este Búho, como todos los peruanos, tiene familia y amigos en el extranjero. Pertenecen a esa masa de compatriotas que, debido al terrorismo y la crisis económica de los años 80, viajaron hacia otros países en busca de un futuro mejor. Se calcula que fueron alrededor de 200 mil peruanos los que llegaron a Venezuela, huyendo de la inflación y de las interminables colas para comprar un kilo de azúcar.
Pienso en la teoría del eterno retorno que planteaba el filósofo Nietzsche. En ella sostenía que todos los acontecimientos del mundo se repiten eternamente, una y otra vez por siempre, de ahí los famosos ‘deja vu’. Y así parece cuando veo a miles de venezolanos en las calles, vendiendo café, tizana, empanadas, tequeños, arepas. Ofreciendo caramelos o parchando pistas. Tratando de reiniciar su vida desde el polvo, desde la nada. Porque a Perú llegan con sus prendas puestas.
Parece un espejismo de nuestra historia de hace 30 años. Por eso, leo con asombro y conmoción el informe especial que publicó ayer este diario, en donde cinco migrantes venezolanos en Perú cuentan la realidad que hoy viven bajo el régimen del dictador Nicolás Maduro.
Muchos de los entrevistados admiten que confiaron alguna vez en el discurso comunista, que se dejaron endulzar por un candidato en boina que ofreció a la clase pobre más empleo, mejor educación y salud, equidad social. Pero como sucede en todo el mundo, durante toda nuestra historia, ese modelo que propuso solo fue una excusa para entornillarse en el poder, para destruir la economía y, en consecuencia, generar desempleo, miseria, crimen.
TESTIMONIOS DE VENEZOLANOS EN PERÚ:
‘Los pobres se hicieron más pobres’, dice una entrevistada y lo retrata con ejemplos: ‘Con la crisis muchas veces salíamos a la calle a pedir a las amistades que nos regalaran, aunque sea, un kilo de arroz. Muchas veces teníamos que comer el cuero de carne, hacerlo guisado. Otros días teníamos para comprar un kilo de yuca y eso almorzábamos todos’.
Si antes el sueldo mínimo en Venezuela alcanzaba para pagar el alquiler de la casa, la comida y los servicios básicos, hoy apenas para un cartón de huevos. ¿Y cómo hacen después?
Esas escenas que nos muestran los documentales y reportajes son verídicas: niños, adultos y ancianos buscando en la basura trozos de fruta o verduras para cocinarlos en casa. Otros más avezados se dedican al robo y el secuestro. Con el comunismo se expropiaron empresas, bajo la administración pública, muchas fracasaron u ofrecen servicios totalmente deficientes. Los servicios de luz y agua se paralizan durante días y semanas, y dejan a la intemperie a los venezolanos.
¿Se imaginan dar a luz y que las incubadoras no funcionen por falta de energía eléctrica? Eso es lo que sucede en los hospitales de nuestros vecinos del norte. En las grandes ciudades turísticas, como la Isla de Margarita, ahora solo viven del recuerdo de aquellas épocas en que recibían cientos de miles de turistas de todas partes del mundo. Los profesionales, con maestrías y doctorados, han decidido llevar sus conocimientos a otros países, por eso las universidades no tienen maestros.
El acceso a internet es un lujo que solo los ‘enchufados’ al poder pueden darse, por eso las clases escolares del último año han fracasado. Los enfermos no tienen dinero para comprar y si lo tienen, hay desabastecimiento de medicinas. Entonces recurren al mercado negro, pero allí todo cuesta el doble, el triple.
Ni siquiera quienes trabajan para el Estado tienen estabilidad económica, pues sus sueldos no superan los 3 o 4 dólares al mes. La gran mayoría que decidió migrar lo ha hecho por tierra. Algunos en buses, otros a pie. Las mujeres exponiéndose a abusos sexuales, los niños al frío y el hambre. Han cruzado trochas ilegales, guiados por traficantes. Han sido asaltados y humillados.
“Los cubanos nos advirtieron, los cubanos nos dijeron ‘ustedes van por el mismo camino’, ‘van a hacer cola’, y no les hicimos caso”. Bien vale escuchar a los migrantes venezolanos para conocer sus historias y no repetirlas. Apago el televisor.
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