Mesa Redonda. (Foto: Miguel Yovera / GEC)
Mesa Redonda. (Foto: Miguel Yovera / GEC)

Este Búho se debe a sus lectores. Por eso estoy donde ellos están. Camino sus calles, escucho sus preocupaciones y trato de ponerme en sus zapatos. Hace unos días visité el Mercado Central para observar con mis propios ojazos cómo se vive la campaña navideña en estos tiempos de pandemia. Me sorprendió que, a pesar de estar viviendo una crisis sanitaria, la más grave en nuestra historia, este lugar se encuentre abarrotado.

Personas que llegan con sus pequeños hijos o con ancianos a comprar juguetes o chucherías decorativas. Ingenuamente, pensé encontrar un panorama distinto, pero el espíritu navideño ha movilizado a miles para hacer sus compras a costa de su salud y propia vida. El desempleo también ha movilizado a otros miles de compatriotas a ejercer de vendedores ambulantes.

A pesar de que se les critique y se les señale, la mayoría no tuvo la fortuna de continuar en sus centros de labores, en donde recibían un sueldo fijo. Tampoco recibieron bonos ni canastas de víveres. Su única opción –honesta y honrada- fue salir a las calles, de sol a sol, a vender diversos productos de temporada.

Durante mi recorrido pude observar discapacitados, madres con sus hijos, niños y ancianos que caminaban por los jirones del Centro de Lima ofreciendo sus mercaderías, sin preocuparles que podrían contagiarse del maldito virus. ‘Ahorita lo más importante es buscar el pan de cada día. Hay que mantener a la familia, a los hijos y los padres. El hambre no perdona, tampoco los gastos de luz y agua’, me dijo una jovencita que vendía adornitos de Navidad. Ella, acompañada de su hijo, recorre desde hace un par de semanas estas calles. La mujer, de 30 años aproximadamente, asegura que si tiene un buen día puede llevar 30 soles a casa.

Además de cuidarse del coronavirus, los vendedores ambulantes deben esquivar las batidas municipales, que muchas veces terminan en trifulcas sangrientas y las pérdidas de sus productos. Ya lo había dicho antes, en este espacio no justificamos la informalidad, pero en circunstancias como las que vivimos vale preguntarse si acaso estos operativos, que tienen como objetivo ordenar las calles del Mercado Central, no generan todo lo contrario: caos, desorden, enfrentamientos, vandalismo. Tampoco comparto la posición de ciertos grupos de ambulantes que se niegan a la formalización y reubicación, siendo las soluciones más sensatas y beneficiosas.

Mientras se arregle este problema, a quienes estamos en la vereda del frente, con un trabajo estable y sin necesidades urgentes, nos toca ser empáticos, solidarios y comprensivos. Nadie quiere caminar durante 12 horas, sin desayunar ni almorzar, con la angustia de vender lo suficiente para poder alimentar a la familia. A ellos les tocó, lamentablemente. Y lo hacen con dignidad. Tener un plato de comida en Nochebuena será para ese grueso de nuestros compatriotas el consuelo de un año trágico.

Caminar por Mesa Redonda en estos días es casi un acto kamikaze, pues es un foco de contagio seguro, según los especialistas. Si lo hace, vaya sin niños ni ancianos y procure cumplir con todos los protocolos sanitarios: distanciamiento social, uso de mascarilla y desinfección constante de las manos. Aunque la recomendación más sensata es que no vaya, evite hacerlo.

En estos días la Municipalidad de Lima anunció que reducirá el aforo de ingreso a 15 mil personas. ¿Cómo llevará la contabilidad de quienes ingresan y salen? No lo sabemos. Por ahora, ya se van reportando los colapsos de las unidades de cuidados intensivos de los hospitales y está –literalmente- en nuestras manos evitar una segunda ola, que sería catastrófica para nuestro golpeado país y más para los sectores vulnerables.

Apago el televisor.


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