Camino las calles convulsas de Lima. Estos ojazos de Búho conocen de marchas y protestas, entre perdigones y gases lacrimógenos. Si antes fue contra un dictadorzuelo como Alberto Fujimori, hoy la población se ha levantado contra un Congreso que le dio la espalda, que le pone zancadillas y que, por intereses propios, ha empujado al país a un abismo de incertidumbre. Veo y me emociona comprobar que miles de jovencitos, con rabia en los ojos, alzan la voz contra unos politicastros que solo piensan en sus intereses personales.
Solo unos carroñeros ven un país herido por la pandemia como un filete sabroso y jugoso al que hay que arrancarle hasta los pellejos, ignorando a los millones de compatriotas que perdieron sus empleos, que cerraron sus pequeños negocios, que lloran a sus muertos por el maldito virus.
Los intereses detrás de la vacancia presidencial son muchos, desde la ambición estratosférica del actual presidente Manuel Merino de Lama hasta las oscuras intenciones de esquivar la justicia de José ‘Pepe’ Luna y César ‘Plata como cancha’ Acuña, escoltados y azuzados por un impresentable como Antauro Humala, hoy preso por el asesinato de cuatro policías, pero quien más pronto que tarde sería indultado.
Aparte de liberarlo, buscan crear más ‘universidades chicha’ para hacerse ricos estafando a incautos y destruir el sistema de pensiones. Mientras recorro estas calles llenas de arengas y reclamos, recuerdo ese tema incendiario de los rockeros peruanos ‘Vaselina’: ‘Basta ya de tanto abuso, basta ya de tanta mentira, basta ya de tanta huev…, ¡¡¡basta ya!!!’.
El hartazgo popular se siente en cada ciudadano: ‘Lo único que exigimos es que los políticos piensen en la población, piensen en el progreso y el bienestar de los que menos tienen. Que la clase política deje de mirarnos por sobre el hombro y de buscar su beneficio personal y trabaje para el pueblo’, me dijo un muchachito mientras agitaba una bandera peruana. Y quise darle un abrazo porque tiene razón y porque aún tiene esperanza. Una esperanza que muchos ya hemos perdido. Y qué podemos esperar, si desde el milenio pasado nuestros presidentes terminan presos o matándose para evitar la justicia. Uno peor que el anterior.
Y aquí no vamos a endiosar al ciudadano Martín Vizcarra, un político que se pintó de ‘honesto’ y ‘probo’, pero con el paso del tiempo y las evidencias terminó siendo de la misma calaña que sus antecesores. Las investigaciones lo comprometen vergonzosamente en actos de corrupción durante su cargo como presidente regional de Moquegua. Su destino, ineludible según diversos especialistas, es la cárcel. Ante los ojos de esta nación, Vizcarra ha quedado como un embustero, como una persona que mintió de manera sistemática. Él mismo promovió su destierro y la tranquilidad con que asumió su vacancia es decepcionante.
Mientras acompaño a esta masa de compatriotas indignados me pregunto ¿qué futuro nos espera? Solo estos jóvenes podrán cambiarlo. Solo estos jóvenes con su indignación, con su vehemencia, con sus valores, con sus principios podrán resistir a los malos políticos. Las protestas continuarán en Lima y en todo el país. Si algo he aprendido en todos estos años es que los grandes cambios no se hacen desde la computadora, desde las redes sociales, sino en la calle. Estamos a punto de llegar al Bicentenario de la Independencia y los peruanos lo único que quieren es un país en el que haya orden, seguridad y crecimiento económico. Pero tristemente, hoy nada de eso tenemos.
Apago el televisor.