Este Búho escribe su columna desde la hermosa playa de Tuquillo, en Huarmey. Mientras bebo una copa de vino, observo el horizonte. El atardecer. El sol, como un ojo que se va cerrando, cae sobre el mar. Un mar sereno, tímido, dócil. Todo se pinta de un naranja fuego en esta ensenada. Las aves vuelan a sus nidos y los pescadores se alistan para zarpar.
TE VA A INTERESAR: TREMENDO PUTIN
Los tablistas regresan a la orilla y los visitantes empacan sus mochilas. En un pequeño parlante, mi acompañante, una bella y aguerrida integrante de la Policía Nacional del Perú, ha puesto ese tema de amor que tanto nos gusta: ‘Que se quede el infinito sin estrellas/ O que pierda el ancho mar su inmensidad/ Pero el negro de tus ojos que no muera/ Y el canela de tu piel se quede igual’.
Una brisa fría nos envuelve, pero el vino nos calienta el alma y algo más. He vuelto a esta playa después de cinco años. Entonces era un lugar poco frecuentado, desértico. Sin tantos restaurantes, ni siquiera había hoteles. Si el visitante quería pasar la noche aquí, obligatoriamente debía plantar una carpa y encender su fogata.
El ingreso era por una trocha casi inaccesible y unas cuantas casitas de adobe salpicaban el litoral. Ahora existen hospedajes para todos los bolsillos, unos con hermosas vistas al mar, desayuno americano y otros con piscinas.
La oferta gastronómica se ha desbordado. Es infaltable la chita o la cabrilla frita. El cebiche con pescado fresquecito. El delicioso pejerrey arrebozado, que cruje con cada mordida y se acompaña con yucas fritas, arroz blanco y sarsa criolla. Puede acompañarse con pisco sours o chilcanos de todos los sabores.
A los turistas se les ofrece paseos en botes, en flotadores y cursos relámpagos de buceo. Se está asfaltando la entrada a la playa y existe un control minucioso para el ingreso del visitante.
PLAYA PERFECTA PARA NIÑOS
A diferencia de hace algunos años, hoy la playa se llena de foráneos. Familias enteras arriban de todas partes del país. Desde Lima se puede llegar en colectivos o buses. Si el viajero tiene auto, lo puede hacer manejando durante cinco horas desde la capital peruana, haciendo paradas en Huaral o Huacho para desayunar la aclamada salchicha huachana y su cafecito pasado. La playa es mansa, apenas con olas chatas, de aguas azules, diáfanas. Perfecta para niños.
A unos cuantos metros también está Pocitas, unas formaciones rocosas que hacen de piscinas naturales. A esta costa no ha llegado el derrame de petróleo ocasionado por la compañía Repsol, felizmente.
Conversando con los pescadores de la zona pude entender ese vínculo intenso e imperecedero que tienen con el mar. “De esto vivimos. Con la pesca y gracias al mar hemos educado a nuestros hijos, hemos construido nuestras casitas, alimentamos a los niños.
Zarpamos todas las noches, algunos usan tecnología para encontrar peces, pero nosotros, los pescadores artesanales, hacemos caso a nuestros instintos. Cuando vemos una zona blanquecina en el agua, significa que ahí hay peces y tiramos la red. ¿Si el mar como la tierra está zonificado? No, el mar es libre.
Un pescador puede navegar por donde quiera. El mar es libre, es de todos”, me diría un viejo pescador, con la piel cuarteada y tostada de tanto sol. La oscuridad absorbe el horizonte. Apenas unos faroles del hotel, en donde me he hospedado con mi hermosa acompañante, alumbran la terraza.
Es una luz cálida, acogedora, cómplice. Las estrellas se ven como escarchas desparramadas por el cielo. En ese ambiente suena el bolero: ‘Bésame/ Bésame mucho/ Como si fuera esta noche la última vez/ Bésame/ Bésame mucho/ Que tengo miedo a perderte/ Perderme después’. Y así fue y así fuimos. Como diría el poeta Emilio Adolfo Westphalen: ‘El mar limpia los estragos del mundo’. Apago el televisor.
MÁS INFORMACIÓN:
- Mordaza contra la prensa
- El chiste de Castillo
- El Búho y la Televisión
- La ‘tregua’ del Ejecutivo y el Congreso, la inseguridad ciudadana y más, hoy en los ‘Picotitos’ de El Búho
- Los 90 años de Gay Talese