Este Búho siente el espíritu navideño en las calles. Diciembre es un mes en que los ánimos se recargan y la gente vive su día a día con mayor optimismo. Suenan Los Toribianitos en los mercados, los distritos encienden sus arbolitos y las casas se lucen con foquitos de colores en sus ventanas. Los negocios repuntan y los niños con ansias esperan los últimos días de clases y el inicio de las vacaciones. Las parrillas de los cines y de las plataformas de streaming se llenan de películas de Papá Noel.
Para nosotros, los periodistas, el último mes del año se vive con mayor intensidad. No hay feriados ni fines de semana largos. La noticia no espera. Por eso, me pongo mis zapatillas y me dirijo a los centros de abasto, a las estaciones de buses, para conversar con las mamitas que hacen mercado, con hombres que trabajan en las obras y jóvenes estudiantes.
¿Cómo van cerrando el año nuestros compatriotas del día a día? Mi primera parada es en Villa El Salvador, en uno de los mercados mayoristas más grandes de Lima Sur: Unicachi. Decenas de comerciantes tienen sus puestos en este emporio que diariamente abastece de abarrotes, frutas y verduras a todo el cono sureño de la capital.
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“Este año nuestro producto ha variado de precio por diversos factores, uno de ellos ha sido los bloqueos de la carretera”, dice Bertha, quien tiene su puesto de cebollas. Sus clientes normalmente son pequeños emprendedores del rubro gastronómico y se han visto afectados drásticamente por esta situación. Otro producto que ha tenido un costo en alza ha sido el limón, debido a las sequías en el norte, región donde se cultiva. Se prevé que el próximo año esta crisis empeore, pues en el norte peruano se avecinan sequías históricas.
“El próximo año, si no se soluciona el problema del agua, probablemente haya escasez de limón, señor periodista”, me indica José, comerciante de este cítrico, ingrediente fundamental del cebiche.
En el distrito vecino, Villa María del Triunfo, una noticia escalofriante acaba de estremecer al país: una angelita de 12 años fue salvajemente asesinada. Se ha puesto en el debate si la pena de muerte es posible y viable en estos casos. Por supuesto que el maldito asesino merece morir y arder en el infierno por la eternidad.
Panchito, el vendedor de periódicos, pide leyes severas: “Nuestra justicia está tan podrida que no sería raro que ese enfermo termine suelto”. Y quién sabe si pueda suceder eso. En este país la justicia la administraba un siniestro personaje como ‘Chibolín’.
A unos minutos me subo a El Rápido, esa empresa de transporte que recientemente fue atacada por criminales dedicados a la extorsión y que sin misericordia mataron a balazos a un chofer. Miles usan este medio de transporte, no solo personas hacia su trabajo, sino niños a las escuelas, jovencitos a sus institutos.
“Sí, viajamos con miedo. No sabemos en qué momento pueden disparar y matar a alguien”, me cuenta un muchachito que se baja en el puente Benavides. Me voy hasta Megaplaza, ese emblemático centro comercial de Independencia, al otro extremo de Villa El Salvador. Las calles están inundadas de ambulantes que ofrecen decoraciones navideñas, comida al paso y más.
Extranjeros que venden caramelos y limpian vidrios de autos, y otros que atraviesan las calles en sus motos ruidosas. Cada semana, los sabuesos de policiales del diario informan casos de extorsiones a pequeños negocios de la periferia. Incluso, muchos han sufrido atentados con explosivos.
“Hace unas semanas fue baleado un bodeguero por no pagar cupo, es el puestito que está a dos casas. Allí aún se pueden ver las manchas de sangre”, me dice un vecino que prefiere no dar su nombre. Esta ciudad es inmensa, interminable. Llena de contrastes y culturas. Lima no es el Perú, pero es el mejor termómetro para entender lo que ocurre en todo nuestro territorio. Porque los mismos problemas de aquí se replican en otras provincias.
En diciembre, aunque el clima sea más alegre y festivo, no hay que maquillar la realidad, más bien seguir alertas, vigilantes de lo que nuestra chamuscada clase política hace. Mientras tanto, este columnista seguirá caminando para conocer de primera mano lo que piensan y sienten los peruanos de a pie, los que se fajan día tras día, porque este oficio, primero que nada, es de servicio al ciudadano. Y hay que estar con los ojos bien abiertos. Apago el televisor.
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