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El Búho en el Terminal Pesquero de Villa María del Triunfo

El Búho de Trome recorrió el terminal pesquero de Villa María del Triunfo y constató como muchos comerciantes han sido afectados por la crisis económica.
Terminal pesquero de Villa María del Triunfo (Foto: Eduardo Cavero | GEC)

Este Búho conversa con. Me preguntan con su inocencia aún intacta cómo uno puede sostenerse en esta profesión más de tres décadas sin perder el ritmo. Reitero el primer consejo que me dio hace varios años el célebre fotógrafo Carlos ‘Chino’ Domínguez: ‘Perro que no camina no encuentra hueso’.

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El periodista nunca debe dejar de pisar la calle. Su fuente primigenia es el ciudadano de a pie. El periodismo no se hace desde un escritorio, ni desde el celular. Por eso camino esta gran ciudad, de extremo a extremo, conversando con muchachos emprendedores, mamitas que hacen mercados, hombres que antes del amanecer enfrentan al frío y salen a sus centros de labores para sostener a sus familias.

Con la excusa de preparar en casa un potente sudado de tramboyo, he decidido visitar el terminal pesquero de Villa María del Triunfo. A pesar de la hora, las seis de la mañana, aquí ya se vive un ambiente frenético, propio de un mercado en ebullición.

Hasta este lugar llega la mitad de la capital para abastecerse de productos marinos. Las barras cebicheras, los huariques de barrio y los grandes restaurantes son los principales clientes, además de amas de casa.

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Jordi Vargas, un joven cocinero de 32 años, provinciano migrante, padre de dos niños, visita el pesquero tres veces por semana. Tiene un negocio en la periferia limeña, una cebichería con cinco mesas. ‘El golpe de la pandemia ha sido fuerte y la crisis política también nos afecta’, me dice, mientras busca carajito y cabrilla para sus platos del día.

Antes de ser cocinero fue ambulante y albañil. A los 19 años ingresó por primera vez a una cocina. ‘Empecé desde abajo, lavando los platos y trapeando los pisos’, cuenta.

Hoy administra un huarique que da trabajo a un par de personas: un ayudante de cocina y una mesera.’Mi negocio lo he abierto después de dos años. Tuvimos que parar por pandemia. No accedí al famoso Reactiva, volví a empezar con mis ahorros’, relata.

GOBIERNO SIN RUMBO, INEPTO Y PODRIDO

Sostener una empresa en estos días es una tarea titánica, por no decir imposible. Los emprendedores batallan contra la inflación que ha generado un gobierno que salta de crisis en crisis, sin rumbo, inepto, podrido. Sin contar con la inseguridad, pues cada día se sabe de más extorsiones y chantajes a pequeños empresarios.

Esta situación los pone contra el paredón, si persistir a pesar de los tiempos convulsos o colgar el mandil. ‘Hace un par de años soñaba con ampliar mi cebichería, pero esa decisión ha sido postergada’, apunta. Por supuesto, la inestabilidad genera incertidumbre y esto afecta a grandes y pequeños.

Recuerda Jordi Vargas que un par de años atrás podía realizar sus compras con 100 soles, hoy tiene que hacerlo con 150, quizá más. Esto, en consecuencia, también impacta en sus comensales, pues los precios de sus platos han subido. Como un efecto dominó, las ventas se redujeron.

‘A pesar de cobrar lo justo, mis clientes dicen que es caro, pero si reduzco mis precios, ya no gano nada’, se culpa mientras me muestra un cangrejo Popeye, indispensable para una parihuela, el plato que más le solicitan. Recorremos este mercado entre gritos y empujones. Aquí se camina a paso apurado, entre bloques de hielo y carretillas.

‘Papacito, tenemos pejerrey, chita, bonito’, ofrecen las vendedoras a punta de gritos, vestidas con delantales de plástico y botas de jebe. ‘El tramboyo es el pescado perfecto para un sudado, consistente y sabroso’, me dice, mientras me confiesa un secretito para la preparación: ‘Un chorrito de chicha de jora’.

La neblina y el frío afuera persisten, pero el calor humano de este centro de abasto que abre sus puertas a la medianoche hace que no se sientan. Nadie se detiene, se trabaja sin descanso.

Como Jordi Vargas, el joven emprendedor que lucha día a día para sostener a su familia mediante su negocio, cientos de peruanos llegan al terminal pesquero cada madrugada con la ilusión de empujar sus emprendimientos.

Todos los que caminan por aquí tienen la esperanza de que pasada esta tormenta política, económica y social, como cantaba Gustavo Cerati: ‘Vendrá un nuevo amanecer’. Mientras tanto, yo seguiré caminando esta ciudad y contándole a mis lectores lo que ven mis ojazos. Apago el televisor.

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