Este Búho tiene más de treinta años ejerciendo el periodismo y está seguro de que no se equivocó en elegir este hermoso oficio. Las salas de redacción se convirtieron, con el paso de los años, en mi verdadero hogar. Eran el lugar donde llegábamos los jóvenes rebeldes sin causa y mirábamos con asombro y respeto a los experimentados. Tuve la inmensa suerte -esa suerte de periodista- que me permitió conocer, desde que ingresé a mi primer periódico, ‘La Razón’ (1986), dirigido por José María ‘Chema’ Salcedo, cuando aún era un veinteañero, a un ‘tigre’ Ricardo Uceda como jefe de Redacción y al poeta Antonio ‘Toño’ Cisneros como jefe del suplemento cultural ‘El Caballo Rojo’. Uceda era docente en la chamba, ‘Toño’ en la ‘escuelita’ de la bohemia. Luego, gracias a un tremendo editor y escritor, Oscar ‘Chato’ Malca, pude conocer a una pléyade de grandes poetas y periodistas como Enrique ‘Kike’ Sánchez Hernani, Eloy Jáuregui, Osvaldo Chanove, Oscar Málaga, tremendas plumas como Mario Campos, Agustín Pérez Aldave, artistas plásticos como Herbert Rodríguez. Eran los tiempos duros del primer gobierno de Alan García, cuando empezó a funcionar la ‘maquinita’. Años después creo que me humanicé, porque con Malca, ‘Caníbal’ Rocha, Edwin ‘Zcuela Crrada’ Núñez, el filósofo Pedro Cornejo, Farid Kahhat, hacíamos periodismo underground en el ‘bunker’ de ‘Caníbal’, en Pueblo Libre, rodeados de poetisas tan cautivadoras como Patricia Alva, Mariella Dreyfus, Tatiana Berger, o la recordada y admirada Patricia de Souza. Yo era menor -no tanto- que Malca, pero el ‘Chato’ se portó como un maestro. Gracias a él leía en su depa, con desayuno, almuerzo, cena y trago gratis, a Bukowski, Bret Easton Ellis -el papá de Bayly- Nabókov, y harta poesía de verdad, y sobre todo escuchábamos mucha música: Lou Reed, los primeros trabajos de The Smiths y Tom Waits. Esa época fue para mí de ‘aprendizaje’. ‘Pico, tú eres sanmarquino, de ciencias sociales, no pares de leer ni escuchar’, fue la mejor lección de Malca.
En el año 1990, el inmenso director Guillermo Thorndike nos recibió en una inmaculada y moderna redacción de ‘Página Libre’ en la avenida Javier Prado. El gringo también se portó muy bien conmigo. Allí trabajé e hice comisiones con el gran Carlos ‘Chino’ Domínguez y me hice ‘pata’ del recordado Efraín ‘Cholo’ Trelles. Fue una etapa donde me mandaban a cubrir la que fue considerada como ‘la más sucia campaña electoral en la historia de América Latina’. Ingresaba a la casa de Alberto Fujimori y Mario Vargas Llosa con total facilidad. Tiempo después sentí que me faltaba olfatear el periodismo popular y lo hice con la revista ‘Exito’, proyecto alucinante que lideró Juan Carlos Tafur. ‘Chacalón’, el ‘Chato’ Grados, Amanda Portales, la gastronomía del ‘Señorío de Sulco’ eran mis temas semanales. Pero el periodismo me daría más satisfacciones. En el año 1994 comencé mis pininos en la redacción de columnas en ‘El Bocón’ e increíblemente compruebo que no he parado hasta ahora.
Una joven lectora me recordó que ostento el récord mundial de escribir columnas diarias. Desde el año 1994 hasta la fecha. Como jefe de Deportes tuve la oportunidad de viajar por casi toda América Latina y hasta el privilegio de estar en la final de la Copa Libertadores entre Cruzeiro y Cristal, en Belo Horizonte, con periodistas de lujo como el recordado Daniel Peredo. Con toda esa cancha en periodismo popular llegué a Trome, gracias a ‘Carlao’ Espinoza Olcay, y estamos orgullosos de haber marcado un hito en la historia del periodismo peruano: convertirnos en el diario de más ventas del mundo de habla hispana. Inmenso galardón que mantenemos hasta la fecha gracias a la conexión con el gran público del Perú. Ese mérito es aún más relevante en tiempos de irrupción digital y caída de los medios impresos en el mundo. Pero los tiempos cambian. La plataforma digital nos da excelentes herramientas y en esos revolucionarios cambios tecnológicos estamos. Eso lo verán muy pronto. Un periodista está en la obligación de adaptarse a los nuevos tiempos, aunque el entusiasmo se me apaga porque un colega con quien compartimos varios años la redacción de un diario, que ahora yace en el ‘Cementerio de papel’, acaba de morir a consecuencia del maldito coronavirus: Julio Arroyo, el gran ‘Chicula’ para la legión de colegas que lo apreciábamos. Un gran profesional, pero sobre todo una gran persona. Alegre, solidario y siempre dispuesto a enseñar, lo que es una virtud en nuestro medio a menudo teñido de envidias y maldades. Por eso el gremio periodístico llora su triste partida. Apago el televisor.