Este Búho es admirador de las novelas de Mario Vargas Llosa, quien ahora ha reaparecido con fuerza en la escena política. Busqué entre mis textos una novela suya que en la universidad no la leí con la atención que merecía: ‘Historia de Mayta’ (1984), un libro que, según el mismísimo escritor, ‘es una de las más infravaloradas, es no solo la peor entendida y la más maltratada, sino la más literaria de todas’.
Es que luego de las tres notables primeras ‘novelas totales’, sobre todo ‘La casa verde’ y ‘Conversación en la catedral’, que fueran aclamadas por la crítica y por el compromiso que el novelista mantenía con las tranformaciones sociales, su desencanto con respecto al devenir autocrático de Fidel Castro en Cuba le hizo virar su opción ideológica para reivindicar democracia con libertad y el liberalismo.
En ese contexto escribe esta novela con una prosa notable, pero que fue demolida por una obtusa crítica ‘progre’. Todo porque el argumento recrea un hecho histórico poco conocido: que en mayo de 1962 -en la novela lo adelanta a 1958- se produjo un intento insurreccional en la cárcel de Jauja por minúsculo grupo troskista encabezado por un alucinado militante, Alejandro Mayta en la ficción, Jacinto Rentería en la realidad.
En los nueve primeros capítulos el periodista-escritor-investigador, ‘alter ego’ de Mario, nos introduce a una visión apocalíptica de la Lima de inicios de los ochenta con ‘Sendero’ en su desquiciada labor homicida. Y nos lo hace saber cuando el escritor trota por el malecón de Barranco: ‘También me he acostumbrado, en estos últimos años, a ver junto a los canes vagabundos, a niños vagabundos, a viejos vagabundos, a mujeres vagabundas, todos revolviendo afanosamente los desperdicios. En busca de algo que comer, que vender o que ponerse.
El espectáculo de la miseria, antaño exclusivo de las barriadas, luego también del centro, es ahora el de toda la ciudad, incluidos estos distritos -Miraflores, Barranco, San Isidro- residenciales y privilegiados. Si uno vive en Lima, tiene que habituarse a la miseria y a la mugre o volverse loco o suicidarse’.
El escritor tuvo que realizar una recorrido por los extramuros de la ciudad o por las calles malandras de ‘Chicago Chico’, Surquillo, o por las zonas industriales periféricas para recorrer los pasos de Mayta/Rentería antes de que decidiera convertirse en un ‘liberador de los pobres’ o un ‘santo’, como se alucinaba cuando estudiaba en el colegio Salesiano con el escritor.
DOS NOVELAS EN UNA
Aquí hay dos novelas en una. La primera, la historia del escritor en pleno trabajo creativo para armar un rompecabezas complicado, porque el personaje revolucionario vivía como un fantasma en la clandestinidad y solo tenía una pariente, la tía que lo crió. Todo lo demás, sus publicaciones, sus cuartitos, sus reuniones con los troskistas eran secretas.
Y por otro lado está la opinión de quienes lo conocieron veinte años atrás. Un senador que quiere negar que mantuvo con él una relación homosexual. Un abogado extroskista que lo califica de ‘idealista ingenuo’, su exesposa que lo culpa de utilizarla como pantalla para ocultar su otra ‘opción sexual’. Y por último, el capítulo final donde el escritor logra ubicar y entrevistar al verdadero Mayta.
Es un diálogo por momentos desesperado por parte del escritor ante las respuestas dogmáticas y cuadriculadas del personaje hablando contra los intelectuales, los stalinistas, los ‘rabanitos’ cuando, en nombre de la hoz y el martillo, Sendero Luminoso regaba de sangre el Perú: ‘Cuénteme la verdad. Ayúdeme a terminar mi historia, antes de que a usted y a mí nos devore también este caos homicida en que se ha convertido nuestro país’. Nunca como hoy una novela más actual en momentos en que resucitan viejos fantasmas y dogmas senderistas que parecían que se habían quedado en el pasado. Apago el televisor.
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