Este Búho se agarra la cabeza, hace cálculos y se sorprende. En este 2019 se cumplen treinta y cinco años de la muerte del inolvidable escritor argentino Julio Cortázar. Es una excelente oportunidad para presentarlo al gran público y decirles que no solo fue el autor de esa tremenda y complicada novela llamada ‘Rayuela’ (1963), tan difícil que el mismísimo autor daba consejos a los lectores para poder comprenderla.
Este Búho admira muchísimo más a don Julio por sus cuentos. Que me perdonen mis amigos hinchas de Julio Ramón Ribeyro, pero creo que el mejor cuentista latinoamericano es el argentino nacido en Bruselas en 1914, hijo de un diplomático, y fallecido en París en 1984. En esta ocasión, a manera de homenaje, voy a presentarles sus dos más grandes libros de relatos.
‘BESTIARIO’ (1951): El primer texto de cuentos que publicara con nombre propio, porque antes ya había editado una obra de teatro y un poemario con el seudónimo de Julio Denis. Tal vez se sentía seguro de que esta obra ya no era fruto de un entusiasmo juvenil y, efectivamente, no se equivocó. ‘Bestiario’ marcaría un antes y un después para el género cuentístico latinoamericano y, por qué no decirlo, mundial. Pues, si bien los nombres, calles o barrios se pueden identificar con su Argentina natal, las situaciones absurdas, claustrofóbicas, terroríficas o irónicas pueden darse en cualquier espacio o lugar, como las ficciones de Jorge Luis Borges o los relatos de Franz Kafka.
Recuerdo perfectamente aquella tarde, en el solitario estadio sanmarquino, cuando empecé a leer este libro. Mi amigo antropólogo, el negro Arturo Alvarado, me lo había recomendado: “Léelo de un porrazo. A mí me dejó ‘aputamadrado’”. Y se fue dejándome en el estadio con la sola compañía del libro. Empezaba a oscurecer cuando terminé la lectura, era tarde y mi visión de las cosas había cambiado. Esos ocho relatos me hicieron ingresar a un mundo tan increíble y absurdo que no pude concentrarme ni en las clases del gran Julio Cotler.
El mejor de todos era el fantasioso cuento ‘Casa tomada’, que hoy me parecería un perfecto guion para un filme de David Cronenberg o M. Night Shyamalan. Pensaba en la pareja de hermanos del relato, que viven en una gran casa sin preocupaciones, a excepción de la limpieza de tremenda mansión. Pero sin qué, ni por qué, alguien o algo está ‘tomando’ la casa, por partes, sin que ellos puedan evitarlo. Empiezan a perder partes valiosas de la mansión, hasta quedar reducidos a un ambiente y finalmente tienen que aceptar la derrota total. Huir. Es un cuento perfecto. Pero habría otro libro de relatos, publicado unos años después, que me dejaría con la boca abierta.
AL FINAL DEL JUEGO (1956): Ese libro de cuentos y relatos es sencillamente extraordinario. El libro añejo y amarillo de la Editorial Sudamericana, que también devoraría en el solitario estadio, estaba dividido en tres partes y allí se consignan cuentos en los que siempre afloran sus recuerdos infantiles, como en ‘Continuidad de los parques’; de sus lecturas de Edgar Allan Poe, como en ‘La puerta condenada’; su afición al boxeo y al lenguaje popular, manifestados en ‘Torito’; además del género policiaco, evidenciado en ‘El móvil’ y, mi favorito, ‘La noche boca arriba’.
En ese tiempo, este Búho estudiaba Historia de América Latina y sabía de la crueldad ejercida por algunas culturas como la azteca para desarrollar sus ritos religiosos con sacrificios humanos. Pero ese relato de Cortázar me deslumbró. Un muchacho que sale a pasear con su moto y, por no atropellar a una chica, se estrella y acaba en el hospital. Allí sueña que está en una selva y es un guerrero moteca que huye de los cazadores de hombres aztecas, que buscan atraparlo para llevarlo a la pirámide del sacrificio.
Luego vuelve a despertar en el hospital. Suspira de alivio, no quiere dormir y prefiere coquetear con la enfermera. Pero otra vez se desvanece y ahora huye por la selva sudando, huele a sangre. Cosa rara, uno nunca percibe olores en sueños. Es capturado. Quiere despertar. Lo logra, toma sopa, sonríe y se vuelve a dormir, pero ahora está en un cuarto oscuro. Unas manos lo llevan boca arriba. Escucha gritos, corazones salidos, ¡un sacerdote le arrancará el suyo! Recién se da cuenta de que la realidad es esa, será víctima del sacrificio. ¿Un sueño? ¿Realidad? Ahí lo dejo para que lo lean, porque el final es alucinante. Apago el televisor.