Este Búho reconoce que uno de los escritores latinoamericanos que más lo impresionó fue el mexicano Juan Rulfo. Fue Emperatriz, novia del escritor Gregorio ‘Goyo’ Martínez, aquella amiga que vendía libros, la que me detuvo en el Patio de Letras de la Universidad San Marcos: ‘Lee a Juan Rulfo, chiquillo’.
Esa novela era ‘Pedro Páramo’. Yo había escuchado el título e imaginaba una obra para niños. En absoluto. El premio Nobel Gabriel García Márquez había comentado todo ojeroso: ‘Este libro me ha impactado. No me sentía así desde que leí ‘La metamorfosis’, de Kafka. ¡Y no pude dormir toda la noche porque lo leí de un solo tirón!’. La historia de Rulfo es alucinante. Se desempeñaba como viajero vendedor de llantas de la compañía BF Goodrich. En esa época, cuando iba a cumplir treinta años, confesó, concibió la idea de su obra maestra. Pero recién publicaría la novela en 1955. Y con ella se volvería un ícono, pero también un hombre atormentado. Nadie entendió por qué con el reconocimiento universal en pleno ‘boom de la novela latinoamericana’, no llegó a publicar una segunda novela. Le exigían una nueva producción. Su primera obra fue un libro de cuentos, ‘El llano en llamas’ (1953), y después de ‘Pedro Páramo’ cayó en un silencio literario que duró toda su vida.
Aún así, ‘Pedro Páramo’ lo mantuvo en la vanguardia literaria mientras seguía trabajando en el Instituto Indigenista, en Ciudad de México. Este columnista nunca olvidará el primer párrafo, la intensidad y la fuerza de las palabras de la madre del protagonista y su sed de venganza contra el padre biológico de su hijo.
Cuando lo leía de noche en mi cama, ante tantos espíritus que desfilan por sus páginas, sentía hasta miedo. Pero al leerla de día, en la soledad del inmenso estadio sanmarquino, le encontraba poesía. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. ‘No dejes de ir a visitarlo’ -me recomendó (...). Estoy segura de que le dará gusto conocerte’. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo, se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas. Todavía antes me había dicho: ‘No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... el olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro’”.
Algunos sostienen que se volvió adicto al tequila porque estaba harto de que la gente le reclamara por la publicación de otra novela, incluidos los más famosos del ‘boom’: Vargas Llosa, Cortázar o García Márquez. En aquel entonces se realizaban congresos de escritores y encuentros literarios. Rulfo era siempre buscado, pero su presencia le causaba problemas a los organizadores, por su carácter difícil o por si se ponía a brindar solo en una habitación que tenía que compartir con otro escritor consagrado.
En tres de esos cónclaves, el mexicano tuvo como compañero de cuarto a nuestro gran José María Arguedas. La primera vez fue en el encuentro de escritores latinoamericanos en Valparaíso, Chile. El poeta chileno Pedro Lastra, íntimo amigo de José María, publicó en Lima un librito donde cuenta una anécdota alucinante. Fue en el Hilton de Valparaíso.
Anota Lastra que colocaron a Rulfo en la suite doble con el autor de ‘Los ríos profundos’, quien estaba medicado con antidepresivos todo el tiempo. Arguedas le contaba a Lastra sobre ‘haber estado toda la noche con el gran escritor de Pedro Páramo y no haber cruzado ninguna palabra’. Arguedas estaba dopado por las pastillas, y el mexicano con ojos extraviados de tanto beber. Algo muy distinto sucedió luego en el ‘Primer Coloquio de Escritores Iberoamericanos y Alemanes’, en Berlín. Volvieron a compartir habitación y por sus conversaciones comprobaron sus grandes coincidencias en su manera de afrontar la literatura. Rulfo y el peruano miraban con desdén ‘la profesionalización’ del escritor, cada vez más hipotecado a las exigencias de las editoriales.
En 1979, en una entrevista al novelista español Ernesto Parra, el azteca recordó ese encuentro y ante la pregunta ‘¿qué escritores latinoamericanos prefiere?’, respondió: ‘En primer lugar, Juan Carlos Onetti... después el peruano José María Arguedas, que desgraciadamente se suicidó’. Parra le comentó: ‘Leí una de sus novelas, ‘El Sexto’, y tanto su relato como la manera de contarlo no dejan espacio a muchos peros’. Y Rulfo le responde: ‘Tiene otra novela excelente, ‘Los ríos profundos’. Un gran escritor José María Arguedas, mejor que Vargas Llosa’. Seguramente ambos estarán conversando sin preocupaciones mundanas en el Olimpo de las letras. Apago el televisor.