Este Búho lee con cariño los correos que le envían mis lectores jóvenes. ‘Búho hace tiempo que no escribes de uno de tus escritores favoritos, Charles Bukowski, Hank, como lo llamaban sus amigos. ¿Quién para más trago, tú o él?, ja, ja, ja’. Bromas aparte, el ‘viejo indecente’, como él mismo se calificó en su clásico ‘Escritos de un viejo indecente’, era un alcohólico empedernido. Salvajemente sincero, en un programa en vivo de la televisión francesa, confesó: ‘Me emborracho para escribir, luego me emborracho para corregir lo que escribí borracho. Ahora con su permiso...’, y agarró la botella de vino que estaba en la mesa y se la tomó a pico. Minutos después, picadazo, insultó a una poetisa francesa, habló de sus buenas piernas y, cuando le metió la mano a la guapa conductora, lo botaron del set a patadas. Los culturosos franceses del programa ‘Apóstrofes’ se dieron cuenta que lo de ‘escritor maldito’ no era un cliché. Inclusive para la posteridad, dejó un poema relativo a su adicción: ‘Cerveza’. “No sé cuántas botellas de cerveza/consumí mientras esperaba que las cosas/mejoraran./No sé cuánto vino, whisky/y cerveza,/ principalmente cerveza/consumí después/de haber roto con una mujer/esperando que el teléfono sonara/esperando el sonido de los pasos,/y el teléfono no suena/sino mucho más tarde/y los pasos no llegan, sino mucho más tarde./Cuando el estómago se me sale/por la boca,/ellas llegan frescas como lores en primavera:/-‘¿Qué carajo hiciste?/Pasarán tres días antes que puedas follarme’/Una hembra dura más/vive siete años y medio más/que el macho, y toma muy poca cerveza/porque sabe que es mala para la/silueta”. Bukowski vivió la mayor parte de su vida tal como retrató a su personaje álter ego, Henry Chinaski, el poeta, eterno perdedor en la vida y con las mujeres, el alcohólico amante de las carreras de caballos y la música clásica. Ya convertido en una celebridad sentenciaba: ‘Yo creo en el alcohol, pero hay que estar en buena forma para poder beber. Tomo buenos vinos, me gusta ser bueno con mi estómago. Si soy bueno con él, él es bueno con mi mente. Mi mente es buena con mi espíritu y mi máquina de escribir es buena conmigo’. Pero en sus inicios tomaba cualquier cosa que estuviera embotellada y lo ayudara a escapar de su terrible infancia. Nació en la ciudad alemana de Andernach en 1920. A los dos años sus padres emigraron a Los Ángeles. El papá era un tipo frustrado, que conseguía trabajo y se perdía hasta llegar la noche, donde descargaba su fracaso dándole palizas a su único hijo. ‘No me dolían tanto los golpes de mi padre, me dolía más que mi madre no hacía nada, no lo detenía y parecía que lo apoyaba’. Para colmo, sufrió de inflamaciones al cutis tan severas que los dermatólogos dijeron que nunca habían visto un caso igual en un adolescente. Con la cara llena de granos le era imposible conseguir chicas y amigos. Se refugió en el alcohol y la lectura en bibliotecas públicas. Huyó de casa y se dedicó a ejercer los más miserables oficios que le permitían beber y escribir por décadas, trabajando como cartero, entregando el servicio postal. ‘Mi jefe me odiaba y me mandaba a las zonas más peligrosas del este de Los Ángeles, donde salían perros con rabia y me mordían. De esa época recogió material para su celebrada novela ‘Cartero’, pero la ingesta de licor en cantidades navegables lo mandaron al hospital por una perforación de estómago y dejaron su hígado en terrible estado.
El hipódromo era su segunda casa, donde apostaba lo poco que tenía. Por las madrugadas escribía poesía en una vieja máquina Underwood y escuchaba una radio que pasaba pura música clásica. Enviaba sus poemas a revistas especializadas, y siempre eran rechazados. Pero el director de una pequeña editorial de Santa Bárbara comenzó a editar su producción poética y Bukowski se hizo célebre en el viejo mundo. Con las regalías que le deparó ‘Escritos de un viejo indecente’ (solo en Alemania se vendieron 200 mil ejemplares), cambia su vida. Gracias a ese impulso, recién, pasados los 50 años, renuncia a seguir haciendo trabajos miserables y se dedica exclusivamente a escribir. ‘Sino, me iba a terminar volviendo loco’. En esa época es cuando jóvenes y maduritas lo buscaban, le pedían autógrafos, se acostaban en su cama, llenaban sus recitales de poesía. Él las amaba a todas, las aceptaba a todas. ‘Después de durísimos años de abstinencia sexual’, confiesa en ‘Mujeres’, para este columnista, la más redonda y divertida. Si algún escritor norteamericano podría comparársele, por su lenguaje sucio y descarnado, sería el gran Henry Miller; y por la vigorosa prosa y salvaje vitalidad con Ernest Hemingway, aunque Bukowski solo reconoció la influencia de un novelista, John Fante, autor de la célebre ‘Pregúntale al polvo’, otro escritor dipsómano. Bukowski murió a los 73 años de leucemia. Ni en su funeral se pudo librar del bendito licor. Su amigo, el actor y ‘enfant terrible’ Sean Penn, roció en su tumba una botella de whisky, pero su joven esposa Linda, sabedora de su verdadera debilidad, abrió varias latas de cerveza alemana Budweiser. El maestro debió sentirse a sus anchas. Cuarenta y dos años atrás, el cirujano que lo atendió de su hemorragia intestinal le advirtió que si tomaba una gota de alcohol más, se iba a morir, pero siguió dándole duro a la botella y no paró ni en su propio funeral, donde sus amigotes inundaron su tumba con su elixir sagrado. Apago el televisor.
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