Este Búho tiene que agradecer a esos amigos que le enseñaron lo bueno e incluso lo malo de la vida en la calle. Uno de ellos es Oscar Malca, el autor de la novela ‘La ley de la calle’. Malca fue quien hizo que me volviera adicto a Charles Bukowski, el autor de ‘La senda del perdedor’, cuando devoraba sus libros en su departamentito miraflorino mientras en el estéreo sonaba música de Lou Reed y, afuera, la noche se iluminaba con el estallido de algún coche bomba colocado por Sendero Luminoso. Eran los finales de la convulsionada década de los ochenta. Bukowski escribió más de cincuenta libros. En 1982, la periodista italiana Fernanda Pivano viajó especialmente a Los Ángeles a entrevistar al maestro. Pero primero se hizo amiga de su mujer, Linda Lee, bastante más joven que el viejo indecente. Así llego al escritor, que ya no podía lanzarse a morderle el cuello a la italiana. Tanta amistad hizo con la pareja que se mudó cerca de la casa del escritor y realizó un documental, cuya producción estuvo matizada por largas e insomnes charlas, rociadas con harto vino y cerveza. Y de tantos días de resaca, nació un libro que condensa horas, días de tertulia, confesiones, infidencias y ‘maleteos’ en abundancia, cuyo título fue el secreto mejor guardado de Bukowski: ‘Lo que más me gusta es rascarme los sobacos’ (Editorial Anagrama 1983). Bukowski tuvo sobradas razones para volverse un marginal, un solitario, un rebelde buscapleitos. De niño, su padre, quien sirvió al ejercito alemán que perdió la Primera Guerra Mundial, lo maltrataba. Le propinaba golpizas y correazos: “Por eso me acostumbré a dormir boca abajo, para que no dolieran mis heridas en la espalda”, narraba. El padre del novelista vivía inconforme y gastaba su plata comprando loterías, mientras en casa solo comían ‘frejoles y naderías’. Tanto odio albergó hacia su padre que le dedicó un poema: ‘Pienso que fue mi padre quien me decidió a volverme un vago. /Decidí que si un hombre así deseaba ser rico, entonces yo quería ser pobre... (fragmento del poema ‘Mi padre’). De su madre Katharina Fett, una alemana fría como un témpano de hielo, no guardaba el mejor recuerdo porque nunca lo defendió de las bestialidades de su progenitor. Charles también tenía todo el derecho de volverse un mujeriego en la tercera edad.
Sus dos primeras novelas, ‘Factotum’ y ‘Cartero’, descubren al joven Charles Bukowski, un fracasado que labora en el peor oficio de Los Ángeles: un cartero, el hombre que entregaba el correo. Lo mandaban a los barrios más maleados de la parte este de la ciudad, donde viven pandillas marginales de chicanos y negros. Lo muerden los perros y lo asaltan. Pero de noche, en una vieja máquina de escribir, redacta miles de hojas. Poemas, cuentos, que son tirados a la basura por los editores. Pero después de tantos rechazos, el editor del sello Black Sparrow lee sus poemas y decide publicarlos. A partir de ese momento se convierte en un escritor de culto. El viejo cartero, el borracho, el apostador de caballos, el renegado, es visitado por bellas estudiantes universitarias y elegantes damas de sociedad amantes de la poesía, mientras las vecinas sienten curiosidad por el viejo feo y con la cara marcada por el acné juvenil que recibe a bellas chicas en su casa. “Y yo las llevaba a la cama a todas. Fueron tantos años de abstinencia sexual durante mis épocas de cartero, que esa fama repentina no la desaproveché”. De esa etapa de su vida trata su más lograda novela, ‘Mujeres’, que retrata a un Bukowski ya con muchos dólares en la billetera. Se dedica solo a escribir y a dictar conferencias y recitales. En la última etapa de su vida, el genial escritor para la mano. Se casa con su novia Linda, con quien protagonizó escandalosos videos donde se le ve muy borracho y hasta violento. Pero ella apagó todos sus incendios. En esos tiempos, él escribe el guion para la película ‘Barfly: El borracho’, que trata sobre su vida. “Yo era una mosca de bar, llegaba misio a los bares en busca de algún borracho solitario que quisiera compañía o por si encontraba a un conocido”. El actor de moda, Mickey Rourke, caracterizó a Bukowski y la belleza otoñal Faye Dunaway hizo de la pareja de ‘Hank’, como lo llamaban. Del mundo glamoroso de Hollywood, donde recaló el escritor, que entabló amistad con actores, productores y directores, trata su novela ‘Hollywood’. Cuarenta años antes, nadie hubiera imaginado que Bukowski iba a alcanzar un final tan tranquilo, con una casa frente al mar en San Pedro, California. Tenía 73 años y se lo llevó una leucemia. En su funeral, el actor Sean Penn, amigo de sus últimos años y ferviente admirador, roció una botella de whisky en su tumba, para que el viejo se vaya bien entonado a reunirse con Satanás. Apago el televisor.
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