Este Búho nunca olvidará esa noche del sábado 12 de setiembre de 1992, cuando se dio la noticia de la captura de Abimael Guzmán, en la calle Los Sauces, en Surquillo, en la gran ‘Operación Victoria’, ejecutada por el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN), que capitaneaban los oficiales de la Policía Benedicto Jiménez y Marco Miyashiro. Y lo hicieron sin disparar un solo tiro. Aquella noche, los peruanos comenzamos a despertarnos de esa espantosa pesadilla llamada ‘la guerra popular de Sendero Luminoso’.
Su líder, el ‘camarada Gonzalo’, se dejó atrapar y se comportó como un cobarde, porque se orinaba de miedo pensando que la consigna de los policías era asesinarlo. Por eso estaba quietecito y dejaba que su mujer, la despiadada ‘camarada Miriam’, Elena Iparraguirre, lo defendiera y gritara como una histérica: ‘¡No lo toquen!’.
Cuando los millones de espectadores vieron a ese viejo pálido del miedo, dijeron: ¿Ese era Abimael Guzmán? ¿El ‘camarada Gonzalo’? ¿La cuarta espada del marxismo? ¿La continuación de Marx, Lenin y Mao? El plan del GEIN fue extraordinario y logró sus frutos, pues su trabajo de inteligencia se desarrolló en el más estricto secreto.
Solo cuando cayó Abimael, se le comunicó la noticia tanto a Fujimori como a Montesinos. Ninguno tuvo la oportunidad de intentar irrogarse los méritos, ya que a esa hora el ‘Chino’ estaba pescando en medio de la selva de Iquitos y Vladi se pavoneaba en un coctel de una embajada. Cuando se difundió la noticia, ya el general Ketín Vidal había ocupado el lugar que había soñado el ‘Doc’ desde que asumió, por las sombras, la jefatura del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN): capturar al ‘camarada Gonzalo’ y convertirse en ‘héroe nacional’.
Con la captura de Abimael, el movimiento terrorista fue herido de muerte. El ‘camarada Gonzalo’, por el que las huestes senderistas causaban carnicerías enteras en comunidades campesinas como en Lucanamarca, matando a niños, mujeres y ancianos, detonaban coches bomba en las ciudades, como Tarata en Lima, y se inmolaban en motines como los de Lurigancho y El Frontón, era en realidad un viejo al que le gustaba vivir en barrios residenciales, como Chacarilla o Los Sauces, atendido por su mujer ‘Miriam’ y una bellísima joven bailarina, a su disposición para cualquier cosa, Maritza Garrido Lecca.
Con trago, cigarros y buena música, ‘Gonzalo’ espetaba desde el balcón sus órdenes, acatadas militarmente por sus alucinados seguidores, que desangraban al país y causaban miles de muertos. Recuerdo que esa noche no pude comunicarme con mi mancha de ‘La pesada sanmarquina’, para festejar la captura. Eran otros tiempos: no había celular, internet o Facebook. Me fui a la esquina y me compré una chata de ron y brindé solo en mi cuarto.
Si bien el GEIN capturó a Abimael Guzmán, debemos también rendirles homenaje a todos aquellos estudiantes de las universidades donde Sendero trataba de imponerse a base del terror. En San Marcos buscaron tomar la universidad. Ya habían prácticamente ‘tomado’ el comedor de Cangallo. Más de la mitad de las raciones diarias no eran distribuidas a los alumnos, sino que se las llevaban a los penales y a las guaridas de los terroristas. Los salones pintados por los propios alumnos en esforzadas jornadas de limpieza, al día siguiente amanecían con pintas rojas y con lemas amenazantes: ‘Muerte a los soplones’.
En Sociales, los senderistas pretendieron capturar la facultad, pero los estudiantes democráticos los derrotamos electoralmente y con la movilización de los alumnos, organizando masivas jornadas de limpieza. Pero por las noches, manos siniestras de trabajadores coludidos con Sendero dejaban en penumbra la universidad. Desde la lejana Química se escuchaban unos cánticos, se veían unas luces avanzando.
Ya por el pabellón de Economía se observaba a los marchantes con antorchas y capuchas a lo ‘Ku Klux Klan’. Ellos cantaban el himno de Sendero, una versión en español de un cántico de la China maoísta de los tiempos de ‘La banda de los cuatro’ y la ‘Revolución cultural’: ‘Salvo el poder, todo es ilusión, conquistar los cielos con la fuerza del fusil’. Cuando ingresaban a Sociales me jalaron del brazo y una voz femenina me susurró: ‘Desaparece por el estadio, estás en su lista...’. Muchos, como este columnista, sufrieron un obligado ‘exilio’ en esos años de terror. Ahora lo veo como un mal sueño, una pesadilla que, espero, nunca se vuelva a repetir en el Perú. Apago el televisor.