Tras la muerte del pintor Fernando de Szyszlo, volvió a sonar el nombre de su primera esposa, la poetisa Blanca Varela. Mario Vargas Llosa nunca ha escatimado en elogios, no solo hacia su poesía, sino a su actitud para con ella: ‘Entre todos los poetas de este tiempo que me ha tocado conocer, no hay uno solo tan ajeno a la feria de las vanidades y a la ilusión de la codicia del éxito como Blanca Varela. Aunque sin duda la poesía haya sido la pasión más sostenida de su vida, para ella nunca fue un oficio, un quehacer público. Más bien, lo vivió como un vicio recóndito, inconfesable, cultivado en la clandestinidad, con celo y reservas tenaces, como si la exposición a la luz, a los ojos de los demás, pudieran dañarlo’.
Quien lo hereda no lo hurta. Blanca era hija de Serafina Quinteras, la compositora costumbrista que se hizo famosa por el vals que cantaron ‘Los Troveros Criollos’: ‘Parlamanías’ (‘Vamos al Congreso a hacer firuletes/haremos casas de ochenta pisos). La hija no solo le salió cantante, sino también poeta. La joven ingresó a San Marcos. Allí hizo grupo con un trío de poetas que darían que hablar: Carlos Germán Belli, Javier Sologuren y Jorge Eduardo Eielson. A ellos se unió un joven tímido de apellido raro que estudiaba Artes Plásticas en la vecina Universidad Católica: Fernando de Szyszlo.
El joven barranquino perdió la cabeza por la risueña estudiante rimense. Ella le transmitía las ganas de vivir, la sincera alegría del pueblo. Él le proyectaba la serena paciencia del europeo central de sus ancestros. Se fueron a París ya casados. La leyenda cuenta que mientras Fernando se reunía con sus colegas pintores y escritores, su esposa escribía a escondidas en aquel París de la posguerra y no se los enseñaba ni a su marido ni a sus amigos escritores. Eran los años maravillosos. La Alemania nazi había sido aplastada y de Hitler no quedó nada, ni sus sucios huesos. Solo un escritor, a quien se le vislumbraba un futuro luminoso en las letras y que después obtendría el premio Nobel de Literatura, el poeta mexicano Octavio Paz, fue el privilegiado primer lector de ese tesoro tan preciado por la poetisa. Tal vez pensó que los ojos del mexicano no profanaban los versos prohibidos a otros.
Ella había nacido frente al mar, en el apacible puerto de Supe.
Nunca, a pesar de estar en la ‘Ciudad luz’, olvidó o renegó del lugar donde posó por primera vez su vista. Por eso, cuando le entregó el manuscrito definitivo a Paz, el título del libro era ‘Puerto Supe’. El mexicano, extraordinario poeta y ensayista, no solo prologó el poemario, sino también contribuyó al título definitivo. Vargas Llosa reveló cómo se decidió: ‘¿Por qué Puerto Supe, qué es eso?’, le inquirió Paz. ‘¡Pero ese puerto existe, Octavio!’, le dijo Blanca. El mexicano replicó: ‘Allí tienes el título, amiga: ‘Ese puerto existe’. Este columnista recuerda que cuando ingresó a San Marcos escuchó por primera vez el nombre de Blanca Varela. Mis amigas del Patio de Letras, las jóvenes poetisas Mariela Dreyfus, Patricia Alba y Tatiana Berger leían sus poemarios y los comentaban, sobre todo el primero de ellos, ‘Ese puerto existe’ (1959). Sus versos iniciales le rinden homenaje al mar que la vio nacer. ‘En esta costa soy el que despierta/ entre el follaje de alas pardas/ el que ocupa esa rama vacía, el que quiere ver la noche/ aquí en la costa tengo raíces, manos imperfectas, un lecho ardiente/ en donde lloro a solas’ (fragmento de ‘Ese puerto existe’). Con el pintor tuvo dos hijos, Lorenzo y Vicente. Ninguno de los dos tuvo más hijos después de su divorcio. Como mujer de tiempos modernos, paralelamente a su oficio de poeta, trabajó como editora y productora de revistas. Colaboró en la fenecida ‘Oiga’.
También fue parte del Comité de Redacción de ese revistón llamado ‘Amaru’ (1967-1971), que dirigía el poeta Emilio Adolfo Westphalen, que hoy es literatura de culto. Pero lo suyo era la poesía: ‘No sé si te amo o te aborrezco/ como si hubieras muerto antes de tiempo/ o estuvieras naciendo poco a poco/ penosamente de la nada siempre./ Porque es terrible comenzar nombrándote/ desde el principio ciego de las cosas/ con colores con letras y con aire./ Violeta rojo azul amarillo naranja/ melancólicamente/ esperanzadamente/ absurdamente/ eternamente. (…) Mas luego retrocedes, te agazapas/ y saltas al vacío/ y me dejas al filo del océano/ sin sirenas en torno/ nada más que el inmundo el bellísimo azul/ el inclemente azul/ el deseo’ (fragmento de ‘Valses’, uno de sus más emblemáticos poemas). Blanca y Fernando, Fernando y Blanca, dos almas que se encontrarán en el parnaso de los artistas y, seguramente, tendrán mucho de que hablar. Apago el televisor.
NOTICIAS SUGERIDAS
Contenido GEC