Este Búho lee una información llegada desde Huancayo. ‘El violador y asesino confeso de la niña Edith, de ocho años, fue hallado muerto en su celda en la carceleta del Ministerio Público de Junín, ahogado con una bolsa de plástico. Los encargados de su custodia informaron que se suicidó’. A la mayoría de lectores, esta noticia les parecerá lejana, pues la desaparición de la niña se produjo a finales de diciembre del año pasado. No es mi caso.
Desde ese Año Nuevo, en mi mente siempre estuvo presente el recuerdo de la pequeña Edith en Huancayo. Soy padre de una niña también. ¿Tuvo ella la culpa de que su desnaturalizado padre abandonara a su madre con cuatro hijitos? La señora Gudelia Quincho Huamán fue padre y madre para ellos. El mal papá todavía tuvo la crueldad de, en complicidad con su familia, hacerse pasar por muerto para no darle manutención a sus hijos. Lamentablemente, a ese ‘angelito’ le tocó vivir en ese hogar.
La madre contó que la pequeña quería ser policía para, algún día, encontrar a su padre. No encontró a ese miserable, pero se dio con algo peor: la muerte. Ella vivía en un pueblo joven vecino a El Tambo, donde se erigen, a media hora del centro, casas como si fuera La Molina. Pero allí tienen que vivir obreros, trabajadores, albañiles y como siempre, donde hay dinero, abundan los vagos borrachos, drogadictos y gente de mal vivir. Y allí, en el asentamiento humano Ocopilla, el más pobre de Huancayo, vivía la pequeña asesinada.
Esta historia de horror comenzó un día antes de Año Nuevo. Era el día de clausura y entrega de libretas en el colegio nacional que quedaba a quince cuadras del corralón donde vivían Edith, su mamá y sus tres hermanos en Huancayo. Su madre no hubiese ido de no ser por la advertencia de que ‘no se entregan libretas a los niños’. Cuando llegó con su hija, esta debía dos libros prestados al colegio. Es ahí donde la madre cometió un error mortal. En vez de decirle a su niña: ‘Hijita, juega con tus amiguitos que voy a la casa a recoger los libros’, la mandó a recorrer ¡quince cuadras! entre cantinas de borrachos y hoteluchos de mala muerte. La niña nunca regresó.
Esa es una lección para los padres de familia que mandan a sus hijas de cinco, seis, siete u ocho años a comprar solas a la tienda. Eso, en este mundo donde ya no hay valores, y los pedófilos y otras lacras sociales están al acecho, es un pecado mortal. Uno de ellos era Amador Quispe Cisneros, de treinta y dos años. Un enfermo que estudió ingeniería en la universidad local y nunca conseguía enamoradas ni trabajo. Era un psicópata que había visto a Editha como una presa en Huancayo.
El enfermo interceptó a la pequeña y la llevó a su casa. En el interior la violó y como el ‘angelito’ lo reconoció, la estranguló con una soguilla. Luego se bañó y salió al centro de Huancayo, a la galería al frente de su alma mater. Compró una maleta, metió el cuerpo de la infortunada criaturita y la escondió en el cuarto por varias semanas. No le importó que todo el país clamara por encontrarla viva. La primera semana de enero, en el frontis de la Universidad del Centro, se encontró una maleta. Los serenos pensaban que se trataba de un explosivo.
Al llegar la policía de Huancayo, se dieron con el macabro hallazgo: era la inocente pequeña estrangulada y muerta. Este Búho se pregunta, con total sinceridad. Un maldito que secuestra, viola y asesina a un niño o niña de ocho años, ¿merece que el Estado lo mantenga hasta que se muera de viejo, porque no existe en el país la pena de muerte? Lo mismo se pregunta la mayoría del país. Hablo en nombre de los millones de padres. En Estados Unidos, este tipo hubiese estado en total aislamento hasta que se le ejecute como ejemplo para los psicópatas. Lo digo claramente, esa lacra debía morir. Apago el televisor.