Este Búho siempre mira al cielo y ensaya una protesta cada vez que lee sobre el . El ritual se fue repitiendo con tantos que partieron en los últimos años. Por ejemplo, Toño Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Eduardo Chirinos y ahora . No sé por qué siempre cuando lo veía, me imaginaba que el gran Noé, el personaje bíblico de la salvadora arca del ‘diluvio universal’, tendría la cara del poeta nacido en el puerto de Salaverry, en La Libertad, en 1935. No era casual tal asociación, pues su obra trascendental, la que lo sobrevivirá por siempre y que se convirtiera en su poemario emblemático se llama ‘Noé delirante’ (1963). El libro lo catapultó como un estandarte de la generación poética del sesenta, a pesar de ser algo mayor que los ‘cuatro fantásticos’ de esa exquisita era: César Calvo, Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros y Luis Hernández. ‘Noé delirante’ hizo que los jóvenes vates le hicieran un sitio entre las ‘joyitas’ de la época, representadas entre otras por ‘Comentarios reales’ de Antonio Cisneros (1964) o ‘Consejero del lobo’ de Rodolfo Hinostroza (1965). Pero el Noé de Corcuera no poseía aquella integridad total y pureza del personaje bíblico elegido por Dios para salvar al hombre de la decadencia moral y espiritual, y reunir en un arca a lo único merecedor de sobrevivir a un terrible diluvio: su propia familia y una pareja de cada especie animal. El Noé del poemario carga con las imperfecciones del ‘humano, demasiado humano’ de Friedrich Nietzsche.

El libro fue innovador. Los animales del Noé de Corcuera eran tan terrenales y prosaicos -para el universo literario tan plagado de unicornios y otros faunos mitológicos- hasta el punto de llegar a conmover, pues el norteño presentaba desde gatos y arañas hasta luciérnagas y mariposas, en versos fabulados donde no está exento el humor, la ironía o el juego. Tenía veintiocho años cuando los publicó. ‘Flor huida, pesadilla de la rosa/ imaginándose perseguida./ El estambre se aroma y se colora,/ cuando sobre él se posa./ Corola voladora,/ mariposa’. (Fábula de la mariposa). Lo alucinante del vate sanmarquino fue que este poemario lo siguió escribiendo a través de décadas y publicó una versión corregida y aumentada en el nuevo siglo, todo mientras se desempeñaba como incansable promotor cultural desde su puesto en su alma mater, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de donde fue cesado vilmente por autoridades enemigas de la cultura. Este Búho se sorprendió al leer los poemas de un libro que Arturo escribió cuando tenía sesenta y seis años. A esa edad, el maestro le cantaba al amor o al desamor. ‘Vivir sin ti es girar en el vacío, un consumirse, un desangrarse lento; el razonado amor, un desvarío; la dicha prometida, un sufrimiento. Mi corazón es un terrón baldío, un árbol desgarrado y ceniciento, un cauce que se discurre sin su río, río sin más genes y polvoriento./ Voy hacia ti y sé que de ti vengo, busco mi amanecer en el ocaso, porque te tuve sé que no te tengo./ En mi pecho dejaste tu arañazo, yo soy un fuego fiero, te prevengo, y tú la fría sombra en que me abraso...’ (Sonetos de viejo amador, 2001). El poeta ganó el Premio Nacional de Poesía en 1963. Dejemos que el entrañable escritor uruguayo Mario Benedetti cierre con su comentario esta columna de homenaje a un poeta con mayúsculas: “Corcuera es un valor indiscutible no solo de la poesía de su país, sino también de América Latina”. Ahora se lo podrá decir en su cara, en el parnaso literario, en el café más concurrido, ‘El arca de Noé’, donde el verdadero personaje bíblico estará de inmejorable anfitrión. Apago el televisor.

NOTICIAS SUGERIDAS

Contenido GEC