Este Búho nunca olvidará el terrible mes de abril, el más mortífero en lo que a la pandemia se refiere. Según las cifras oficiales, siempre rebajadas, del Ministerio de Salud, se registraron 8255 muertes en 29 días, en otras palabras, 284 cada 24 horas. Pero las cifras extraoficiales indicaban un promedio de 350 por día. Fue en abril que sucedió un ¿accidente? No, una terrible negligencia cuando se acabó el oxígeno en el isotanque del hospital de EsSalud de Talara y doce pacientes con coronavirus, que estaban conectados, murieron asfixiados mientras cambiaban el sistema. En ese mes colapsaron los servicios de camas de Cuidados Intensivos. Algunas clínicas cobraban 150 mil soles por siete días en una cama UCI, en el mercado negro, personal médico inescrupuloso cobraba de mil a diez mil soles por hospitalizar a un enfermo. Y para colmo se había suspendido la llegada de más vacunas. Hasta ese momento solo 600 mil compatriotas habían recibido las dos dosis. Una cantidad ínfima.
Estábamos, como se dice, a merced de la muerte, con una nueva cepa mucho más letal y traicionera. El Perú volvía a encabezar el tristemente célebre ranking del país con mayor número de muertos por millón de habitantes. En ese apocalíptico panorama, peruanos con recursos económicos optaron por viajar a Estados Unidos, a los estados donde no había ningún problema para vacunar a los extranjeros gratuitamente. Hoy en una bucólica playa de Miami, algunos suertudos peruanos se vacunan sin problemas. Hacen su colita bien relajados y les ponen su dosis. Pienso que nadie puede reprocharles que si tienen los medios puedan viajar para conseguir el antídoto que el Estado aún no proporciona.
Porque lo real es que ahora en el Perú, así tengas plata, te contagias, te pones grave, no consigues cama UCI y te mueres. Así estamos condenados la mayoría de los peruanos. En ese abril de terror los peruanos maldecían al ‘Lagarto’, Martín Vizcarra. Todos recordaban que desde abril del año pasado anunciaba a los cuatro vientos que ‘para octubre ya tendríamos la vacuna’. Se negó a trabajar con el ‘comando vacuna’ que tenía un abanico de laboratorios de Europa y Estados Unidos, y prefirió negociar con los chinos por una vacuna de menor eficacia y mucho más cara.
Increíblemente, mientras miles de compatriotas morían, algunos hasta en la puerta de los hospitales, el moqueguano se vacunó en secreto con su esposa y su hermanísimo. El gobierno de transición de Francisco Sagasti, después de un inicio lento, recuperó los reflejos y las vacunas comenzaron a llegar. No como la emergencia lo exige, pero mucho tuvieron que ver los buenos oficios del canciller Alan Wagner y sus contactos.
Según Sagasti, ya se han comprado 60 millones de dosis que permitirán vacunar a todos los peruanos a fin de año. El problema es que llega a ‘puchitos’ y ese cálculo parece demasiado optimista. Así que quienes no tienen el privilegio de poder volar a Norteamérica, solo les queda seguir cuidándose y rogar para no contagiarse.
Lo que sí es imperdonable y eso no tiene que ver con trámites o compras de vacuna, es el caos, la desorganización y el abuso a la hora de vacunar a nuestros viejitos. No es posible que los maltraten y mantengan horas de horas esperando a sabiendas que son población altamente vulnerable. Encima, se está denunciando que se habría intentado vacunar a algunos adultos mayores con jeringas vacías, sin ninguna medicina. Eso es gravísimo, porque en juego está la vida de esas personas. Tiene que investigarse a fondo.
Apago el televisor.