Este Búho, a poco del ‘Día de la Canción Criolla’, quiere rendir homenaje a una mujer que no solo ama la música criolla, sino que fundió su corazón en un romance eterno con los ritmos costeños y andinos de nuestro país, la gran , quien tiene mucho en común con otra grande, Chabuca Granda. Mientras Chabuca nació en una hacienda en Puquio, los padres de Alicia la llevaron al año de nacida a Ica, donde se crió entre haciendas, en una vida bucólica pero a la vez observando con sus tremendos y bellos ojos las injusticias que se cometían contra los peones de las haciendas, la mayoría indígenas.

La pequeña Alicia Maguiña Málaga había nacido con una extraordinaria sensibilidad para los instrumentos musicales, pues desde los seis tocaba el piano. Cuando a los trece años regresa a la capital, al ser su padre nombrado magistrado de la Corte de Lima, ingresa a estudiar en el exclusivo colegio Santa Úrsula. Allí, en vez de ser una más en esa hoguera de las vanidades de la élite juvenil femenina sanisidrina, distrito donde vivía, prefirió, al no tener un piano, tocar la guitarra. A la joven nacida en 1938, los cánones de la época, los ‘apachurrantes años cincuenta’, solo le deparaban, como a una ‘niña bien’, un destino inexorable: casarse con otro ‘chico bien’ de la sociedad capitalina.

Pero Alicia Maguiña Málaga contaba: ‘Me enamoré de la música criolla por las interpretaciones de Jesús Vásquez, era mi diosa’. Ya antes de ese episodio, había ganado un concurso radial de criollismo, al que se presentó de incógnito, sin el consentimiento de sus padres. Solo sus dos amigas de colegio, la futura Miss Universo Gladys Zender y Martha Mifflin, actual difusora musical, la apoyaron. Por supuesto que ganó y sus padres la castigaron, pero no pudieron con el destino. En esos años estaba atormentada entre dos amores. Ya tenía un compromiso matrimonial con Eduardo Bryce Echenique, hijo del dueño de un banco y hermano del futuro escritor Alfredo Bryce, y por otro lado estaba su amor por la música.

Se había matriculado en la academia de guitarra del maestro Óscar Avilés, en la calle Boza, en Lima. Fue en esas correrías por las vías de la antigua Lima -confesó Maguiña-, donde todavía a las seis de la tarde salían los vendedores de sanguito y otros dulces, que le vino la inspiración de una de sus canciones más emblemáticas y la que ha dado la vuelta al mundo: ‘Viva el Perú y sereno’. ‘Esa canción la compuse por aquella Lima de pregoneros que todavía vendían chicha, flores, dulces... y también me nutrí de mis lecturas de las ‘Tradiciones Peruanas’ de Ricardo Palma, (Caricias del recuerdo del ayer, que el viento me regala al rezongar/ veo la saya y manto por doquier/ de un abanico escucho el murmurar (...) A las seis es la lechera y a las siete la tisanera, catay /a las ocho el bizcocho, chumay/ a las nueve el sanguito, compay (...). ¡Ave María Purísima! ¡Viva el Perú y sereno!’). A los veintiún años, cuando protagonizó el ‘matrimonio del año’ con Eduardo Bryce, fue portada de la revista Caretas.

Alicia Maguiña Málaga ya había grabado tres de sus más célebres temas: ‘Inocente amor’, ‘Viva el Perú y sereno’ e ‘Indio’. Nunca olvidaré cuando de niño, en segundo de primaria, en el entonces ‘Día del Indio’ (después el general Velasco lo cambiaría por el ‘Día del Campesino’), nos enseñaban la letra del tema de Alicia. Han pasado décadas pero cierro los ojos y recuerdo la desgarradora primera estrofa: ‘La luz se hizo sombra y nació el indio/ la puna se hizo hombre y nació el indio/ Prisionero en tu suelo, indio cautivo/ sin luz en la mirada /indio sombrío...’. Pero la última estrofa no es conformista, al contrario, es la apuesta de reivindicación al indio de la compositora: ‘Serás otra vez montaña y habrá fulgor en tus ojos/ tu risa oiré y feliz serás y feliz seré’. Sus temas han sido cantados por grandes de la música como Olga Guillot, Los Panchos, Daniel Santos y Nati Mistral, pero nadie como Alicia Maguiña para ponerle más sentimiento a sus canciones. Después de divorciarse, se casó con el eximio guitarrista Carlos Hayre, con quien conformó una inigualable dupla con idénticos intereses musicales y humanos, mandando al tacho los ridículos convencionalismos de la época. Ahora está por llegar a las ocho décadas de vida y el Perú le debe un merecido homenaje en vida. Nuevamente recuerdo lo que decía el recordado poeta Antonio Cisneros sobre los homenajes póstumos. ‘¡A mí qué me importan los homenajes póstumos, si no los voy a ver!’. Una dama altiva y auténtica, como el personaje de su entrañable ‘Negra quiero ser’, que cantaba mi recordada compañera sanmarquina ‘Conchito’ Huapaya. Apago el televisor.

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