Este Búho piensa que en estos momentos resulta muy difícil publicar opiniones equilibradas, pero es nuestra obligación hacerlo. Creo que su suicidio no va a cambiar mis conceptos sobre lo que era

Fuera de su reconocido don para hacer política y tener una oratoria demostiana, era también un personaje experto en eludir sus cuentas con la justicia, ya que para ello se valió de todo lo que tuviera a su alcance para conseguirlo. Hasta con el silencio de testigos -sabe Dios con qué medios- archivamiento y prescripciones judiciales y hasta tumbándose megacomisiones investigadoras del Congreso (la de Sergio Tejada) con ayuda descarada del Poder Judicial.

Y por último, hasta pretendiendo asilarse en el extranjero, intentando sin éxito engañar al gobierno de Uruguay. Estaba acostumbrado a salirse con la suya, pero últimamente había perdido decisivas batallas consecutivas: el impedimento de salida del país y la negativa del régimen uruguayo de concederle asilo, que lo dejó ante la opinión pública internacional como un mentiroso.

Eso lo desequilibró emocionalmente y comenzó a sentir la paranoia de que se acercaba a un escenario impensado: estar próximo a una real prisión efectiva (gracias a un gran trabajo de los fiscales que lograron un acuerdo para que los corruptores mayores de Odebrecht ‘echen’ a sus ‘socios’ y testaferros, y se llegue realmente a la ruta del dinero, ‘buceando’ y ‘liberando’ sus archivos encriptados).

Y esos desequilibrios se acrecentaron cuando se enteró de que un viejito como PPK pasaba la noche en una celda de la Prefectura y sus amigazos Miguel Atala y Luis Nava, junto con sus hijos, se iban a prisión.

Por fuera bromeaba sobre el ‘Chalán’, pero por dentro estaba aterrado con lo que podía ser ‘el espectáculo’ de verlo en prisión para sus enemigos políticos o la prensa que, erróneamente, pensaba él que lo perseguía y quería vender con su situación legal. Quien se sabe inocente no se va a desesperar porque la justicia le toca la puerta y menos pegarse un tiro dejando viuda a su pareja y a un hijo adolescente que lo necesita. No hay nada de martirologio en eso, como claman los apristas comprensiblemente dolidos.

Menos una salida ‘digna’ ni ‘honorífica’ como lo presentaron Mulder o Gonzales Posada. Inclusive, los apristas han retrocedido su chip setenta años presentando al suicida como si fuera un mártir de la época de las ‘catacumbas’ del Apra de Haya de la Torre, tiempo en que eran perseguidos por los ‘fascistas de Luis A. Flores’ o ‘la prensa oligárquica’ de los años cuarenta, cuando sencillamente se trató del acto de un hombre alterado.

Algunos hasta lo han calificado de ‘cobarde’, de un hombre que prefirió la muerte en vez de ir a la cárcel, con todo lo que ello significa para un político que alguna vez detentó altísima investidura y de esa alta torre empezó a caer estrepitosamente merced a impecables investigaciones fiscales y delaciones de sus antiguos amigos brasileños. Muchos hubiésemos preferido que sea la justicia de los hombres la que lo juzgara, pero Alan García, quien solía cantar ‘El Rey’ (‘con dinero o sin dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley’), decidió ser su propio juez y verdugo.

Apago el televisor.

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