Este Búho vio por la televisión, a raíz de cumplirse siete años del terrible terremoto de Pisco, las imágenes del puerto devastado y no pudo evitar evocar los escenarios que le dejaran sobre esa caleta de pescadores, los cuentos de un pisqueño insigne: Abraham Valdelomar. Y justo cayó a pelo, pues mi hijita de once años me dijo: ‘Papá, cómprame las dos lecturas que tengo para este bimestre’. Una de ellas era ‘Vida y obra de Abraham Valdelomar’, donde estaban sus cuentos clásicos ‘El caballero Carmelo’, ‘El vuelo de los cóndores’ y el hipnótico, misterioso e increíblemente trágico ‘El hipocampo de oro’. Ingresé al túnel del tiempo: Cursaba el segundo de secundaria en el emblemático Hipólito Unanue de la Unidad Mirones. Allí, mi profe de Literatura, lento y bajito, al que llamábamos ‘Miguelito’, nos hacía leer a escritores peruanos que nunca se borrarán de mi memoria. El ‘Paco Yunque’ de César Vallejo o ‘El trompo’ de José Diez Canseco. Pero hubo un escritor que me deslumbró más que otros: Valdelomar. El pequeño Abraham vivió sus años maravillosos a una cuadra del mar. ¿Quién no recuerda a ese noble gallo de pelea, ‘El Carmelo’, que se convierte en el héroe y orgullo de un niño? Según explicaba el desaparecido poeta y literato sanmarquino Washington Delgado: “Con los cuentos de Valdelomar comienza la narración peruana, que luego continuarían César Vallejo, Enrique López Albújar o Ciro Alegría”. ‘El vuelo de los cóndores’ es mi favorito. El escritor se remonta a sus entrañables años de niñez, cuando un circo extranjero llegó en barco a Pisco. El niño, protagonista, se enamora platónicamente de una niña bellísima, ‘Miss Orquídea’, una precoz trapecista que es obligada a repetir un acto muy riesgoso y acaba sufriendo una aparatosa caída. En ‘El hipocampo de oro’, el maestro ingresa al género fantástico y desgarrador, que impresionó a un Búho chiquillo, que se vio cara a cara con el personaje de ‘Glicina’, una hermosa mujer que es capaz de ofrecer literalmente sus ojos, su sangre y su vida con tal de que un hipocampo salido del mar le permita concebir un hijo del hombre que amó y que la abandonó en la primera y única noche que pasaron juntos. Años después, en la Universidad San Marcos, me sorprendería al conocer la historia de la ‘vida exagerada’ de Abraham Valdelomar. El ‘Dandy’ del círculo literario, social y político de la Lima de principios de siglo pasado.
Pese a que provenía de un hogar provinciano, en Lima se convirtió en un foco incandescente como promotor de ideas políticas y literarias, al punto de convertirse en un ‘gurú’ de la cultura y en un ‘socialité’. Provocador, erudito, sarcástico, con voz aflautada y una lengua afilada cual sable, con la que dejaba mal parados, a punta de ironías, a sus enemigos, en su mayoría conservadores civilistas. Era una versión latina, peruana y de una monumental personalidad, del escritor, dramaturgo, pensador y provocador profesional Oscar Wilde. En el ‘Palais Concert’, un local de moda en el Jirón de la Unión (donde hoy funciona Ripley), discernía sobre política, moda y literatura, siendo admirado y ovacionado por sus seguidores. Se hacía llamar el ‘Conde de Lemos’ y cumplía, fielmente, la norma que dictaba desde Londres el líder de los ‘dandies’ del mundo, el extraordinario Wilde: 1) Para ser un ‘Dandy’ se debe vestir de manera extremadamente elegante; 2) Es imperativo despreciar y burlarse de los poderosos; 3) Despreciar la vulgaridad; y 4) Adorarse a uno mismo. Era odiado y envidiado por enemigos muy poderosos, que no soportaban su frase ingeniosa, la que repetía en los salones donde ingresaba fumando su clásica pipa: ‘El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo’. Pero como señala Fernando de Szyszlo, ‘detrás de esa imagen snob, de ‘dandismo’ importado, están sus escritos, que transmitían una extraordinaria sencillez, un amor por su terruño y mucha sensibilidad’. Pero no solo fue un reconocido poeta (fundador de la gran revista literaria ‘Colónida’) y narrador, también novelista (cómo no recordar la trágica ‘La ciudad de los tísicos’). También fue periodista y notable dibujante. Cuando ‘El caballero Carmelo’ ganó el concurso literario del diario ‘La Nación’, se convirtió en una celebridad. Fiel a su compromiso con el país, postuló y fue elegido diputado por Ica al Congreso Regional del Centro. El 3 de noviembre de 1919, a los 31 años, se encontraba en Ayacucho para una reunión. Allí sufrió una caída, de una escalera de por lo menos seis metros y se golpeó la cabeza contra las rocas. Agonizó dos días, pero ni su muerte fue respetada por sus enemigos, que difundieron una falaz historia. Qué suerte que el colegio Trilce, donde estudia mi hija, siga difundiendo su obra. Apago el televisor.
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