Este Búho se pregunta si acaso la vida no es eso que pasa mientras vivimos angustiados por el mañana. Nos atropella el tiempo y la sensación de vivir a contrarreloj. Solo nos damos cuenta cuando hacemos una pausa y nos miramos al espejo. Algo poco frecuente. Y entonces el arrepentimiento por todo lo que pudimos hacer y no hicimos presiona el pecho, ¿es el peso de los instantes que dejamos morir? Quizá.

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Pienso en todo ello mientras ingreso al inmenso s. La calma de los lagos, la majestuosidad de los nevados, un cielo intensamente azul coronado por un halo solar emocionan a este columnista acostumbrado a una vida vertiginosa por el periodismo, bajo el cielo percudido de Lima.

No me quejo, porque es lo que escogí y me apasiona. Por eso disfruto cada instante cuando cojo mi mochila y viajo, sea por aire, tierra o río. Para entender esta patria, primero hay que recorrerla. Observo desde mi ventana la Cordillera Blanca, esa muralla que cruza el continente y parte a la mitad nuestro país.

Vamos hacia el Pastoruri (5240 metros sobre el nivel del mar) sobre una carretera aparatosa, llena de baches, bordeada por puyas de Raimondi e ichu. El muchacho que nos guía habla de esta ruta como la ruta del calentamiento global.

Dice que allá, donde la montaña ahora es roca y tierra, antes había hielo. Dice que, por el otro lado, donde hay una pampa ondulante, antes había una laguna. En esos surcos antes corría el agua, agua donde antes había truchas. Cree que los hijos de nuestros hijos, cuando hagan estas mismas rutas en unos años, ni siquiera alcanzarán a ver las bellas cochas que vamos dejando atrás, en donde habitan patos salvajes y de donde beben algunos ganados.

El bus nos deja a una hora del nevado. Desde ahora hay que caminar cuesta arriba. Hay un viento frío, pero el sol calienta. Antes de empezar el sendero, unas mamitas ofrecen matecito de muña o coca. Caldito de cabeza de cordero, ceviche de chocho o choclito con queso.

EL TURISMO BENECIFIA A TODOS

El turismo no solo beneficia a las grandes agencias, sino a los actores que orbitan alrededor, niños que jalan caballos, señoras que tejen u hombres que esculpen artesanías. Hasta aquí llegan turistas de todas partes del mundo, sobre todo montañistas que se internan en los nevados durante semanas para poder alcanzar las cimas más altas de la cordillera.

Mientras avanzamos hacia el Pastoruri por un caminito empedrado, quien me acompaña pregunta si respirar este aire puro nos devuelve algo de la vida perdida en la gran ciudad.

Si estos paisajes que parecen pintados nos rejuvenecen o purifican el alma. Si acaso este cansancio placentero servirá para reiniciar nuestra mente abrumada de tanta basura política.

Hay una respuesta a sus preguntas, y la canta el trovador uruguayo Jorge Drexler: “Somos una especie en viaje/ No tenemos pertenencias, sino equipaje/ Vamos con el polen en el viento/ Estamos vivos porque estamos en movimiento”.

EL VIENTO LLEGA A LOS PULMONES ‘COMO NAVAJA’

El viento frío golpea el rostro y llega a los pulmones como navaja. Después de una hora intensa, ante nuestros ojos se presenta el nevado Pastoruri, famoso por ser tomado como ejemplo para medir las consecuencias del cambio climático. Cada vez está más pequeño, dicen los que vuelven después de algunos años. Se va desvaneciendo a una velocidad que horroriza a los ambientalistas. Si actuamos ahora, promoviendo conductas responsables en los más pequeños hasta los más grandes, quizá podamos conservarlo un poco más, aunque a estas alturas ya parezca una tarea inútil.

Los pronósticos pesimistas afirman que para el 2060 el planeta habrá subido 4 grados de temperatura, lo que significa inundaciones, pérdidas de glaciares, olas de calor, escasez de agua y más. Conocer esta maravilla geográfica debería considerarse una obligación ciudadana.

Es desde estos nevados que nacen nuestros ríos más importantes, los que dan vida a todo el país. Los recorridos hacia el Pastoruri salen de Huaraz, capital de Áncash, una región golpeada por la corrupción, pero que, gracias a la calidez y calidad de su gente, se ha posicionado como uno de los destinos turísticos más importantes del Perú.

El visitante además de recorrer su impresionante geografía puede hacer rutas gastronómicas para probar el pancito serrano, el jamón local, el queso paria, el chicharrón con sarsa criolla, el tradicional manjar blanco, la cerveza artesanal o la raspadilla con hielo del Huascarán.

Además, producen fresas y arándanos de primerísima calidad y que en el Mercado Central se puede encontrar hasta en 1.50 el kilo si está en temporada. En mi último día, decido subir hasta el mirador Rataquenua. “El sol, violento y salvaje, se derrama, sobre el asfalto, en lluvia dorada de polvo”, describiría Oswaldo Reynoso. Entonces, el tiempo, acostumbrado a correr, aquí se detiene. Apago el televisor.

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