Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un puré de papas con arrocito blanco, una milanesa frita, rocoto molido y una chicha morada bien fría. “María, un hombre de 34 años, en aparente estado de ebriedad, y al parecer tras haber consumido drogas, fue sorprendido por la policía realizando maniobras temerarias con su auto en las calles del Callao. Cuando los agentes le ordenaron que se detenga, no hizo caso y fugó a toda velocidad. En su loca carrera chocó con seis vehículos, tres de ellos patrulleros. La persecución solo acabó cuando el tipo se estrelló contra un poste.
Pero lamentablemente, este tipo de comportamiento irresponsable y violento, que pudo costar vidas, no es aislado. El campeón sudamericano de karate, Willy Chahuán, de 29 años, golpeó de forma salvaje a su padre de 65 años, quien además es lisiado, por lo que se moviliza con un bastón. A punta de patadas y cabezazos, le voló cuatro dientes, además de causarle otras lesiones. Según el papá, su único hijo estaba ebrio y bajo los efectos de las drogas. Con bastante temor y pena, lo denunció ante la policía y rogó que lo capturen cuanto antes, pues afirmó que cuando se emborracha se vuelve violento y teme que mate a alguien. Contó que ha atacado a otras personas, incluso a una mujer en el Metropolitano y hasta a su novia.
Las drogas son una verdadera maldición, una desgracia que destruye vidas, familias enteras y causa la ruina. Por la droga se han cometido los actos más horrendos: hijos adictos que asesinan a sus padres, papás adictos que matan a sus hijos, mujeres que usan su cuerpo de la manera más vil y degradante. Las personas que tienen algún familiar en el vicio saben de lo que hablo. Toda la familia lo sufre. Es tanto el dolor, que hasta el padre o la madre más amorosos llegan a rogar a Dios que recoja a su hijo drogadicto, porque padecieron mil madrugadas en vela la tortura de no saber dónde está y qué le está pasando, y ya no son capaces de aguantar ese suplicio una noche más.
Porque es insoportable el temor de que suene el teléfono y que alguien les informe que su hijo querido murió acuchillado en algún fumadero, como un perro. Las drogas matan en vida. Por eso, nunca estaré de acuerdo en las propuestas de algunos candidatos para legalizar la marihuana y no me canso de repetir la importancia de los padres en la formación de los hijos. Hay que educarlos con mucho amor, sin nada de violencia verbal o física, pero con disciplina. Hay que conversar con ellos siempre, para reforzar la confianza, conocer sus temores y anhelos.
Se les debe explicar de los numerosos peligros y sus consecuencias: las drogas, el alcohol, la adicción a los videojuegos, el acecho de violadores en Internet, el sexo sin control, el bullying, la pornografía, la prostitución, la delincuencia. En fin, amenazas hay muchas y por eso la palabra clave es el diálogo. Los muchachos no tienen experiencia y son víctimas fáciles de estas trampas de la vida moderna. Para eso estamos los padres, para guiarlos y enseñarles”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.