Este Búho no puede dejar de sorprenderse ante algo que nunca vi en mi vida. Que un presidente peruano como PPK vaya en visita oficial a la República Popular China, un país que sigue siendo gobernado por el Partido Comunista. Cuando ingresé a San Marcos, a inicios de los 80, nos recibía en el Pabellón de Letras una gigantografía, que ocupaba los tres pisos del edificio, de la imagen del líder de la Revolución Cultural, Mao Tse Tung. China era la admiración de los grupos de izquierda más furibundamente radicales, donde se encontraban los cenáculos de Abimael Guzmán y el posterior Sendero Luminoso. Era un secreto a voces que China financiaba de manera muy reservada a partidos maoístas de América Latina.
Los dirigentes de izquierda que viajaban a recibir la ‘línea’ de la entonces ‘Banda de los cuatro’, que lideraba la esposa de Mao, Chiang Ching, y Lin Piao, debían hacer alucinantes conexiones: México, España, en tren hasta Turquía. Luego, en avión a Filipinas, hasta llegar a Pekín. Todo para no ser detectados por los servicios de inteligencia peruanos y norteamericanos. A diferencia de los partidos comunistas pro Moscú, que apoyaban a gobiernos militares ‘progresistas’ o socialistas, los maoístas solo creían en la ‘Guerra popular del campo a la ciudad’.
De allí, la frase de Mao que era recitada con devoción por los ultras: ‘El poder nace del fusil’. En los años de la Revolución Cultural, muchos miembros antiguos del partido fueron defenestrados y humillados por los jóvenes ultras que apoyaban a un Mao anciano y débil. Millones de chinos murieron en esas purgas. Uno de los líderes caídos se salvó de milagro, Deng Xiaoping. El menudo dirigente aprovechó su oportunidad y, al morir Mao, dio un golpe en el partido y detuvo a Chiang Ching y a ‘La banda de los cuatro’. Sobre el paradero del siniestro Lin Piao, un comunicado oficial informó que “al tratar de huir en un avión robado, la nave se estrelló en las montañas de Mongolia”, algo que nadie creyó.
Deng se propuso levantar la desastrosa economía a fines de los 70, pues unos años atrás, 45 millones de personas murieron a causa de la hambruna causada por el caótico ‘Gran salto adelante’ de Mao. Deng hizo una verdadera revolución económica, que asombró al mundo. Liquidó la economía planificada, adoptó una mixta y abrió las puertas al capital extranjero. Cuando la Coca-Cola ingresó a China, no solo se benefició la firma gringa, que capturó ese mercado virgen de la mayor población del planeta, sino que el capital extranjero permitió fortalecer la economía del país y crear una industria nacional.
Por esos años, Deng acuñó una frase que definía su total pragmatismo: ‘No importa de qué color sea el gato, sino que cace ratones’. Muchos comunistas ortodoxos se desencantaron, entre ellos las huestes de Abimael Guzmán, que colgaban perros muertos en los postes de luz con un cartelito que decía: ‘Muera el perro Deng’. Pero ese ‘perro’ fue el artífice de que hoy China sea la segunda economía mundial después de Estados Unidos. En el año 2013 se convirtió en la mayor potencia comercial mundial, superando a los gringos en el volumen de intercambios comerciales.
China ya se había convertido el 2009 en el mayor exportador mundial. Le arrebataron el segundo lugar a Japón en el ranking de las economías más poderosas y van tras Estados Unidos. Este crecimiento es contradictorio, por no decir polémico. Se sigue manteniendo la estructura de los viejos estados comunistas del Partido Único. Hay censuras en lo que son las redes sociales, Internet y hasta en películas de Hollywood. Los salarios de los millones de obreros son bajísimos, comparables con los de países pobres de Asia o África, y no de un país que es la segunda potencia mundial.
Además, no hay libre sindicalización y los riesgos de seguridad son tan altos que al año miles de trabajadores mueren por derrumbes, explosiones o inundaciones en minas, represas y fábricas. ¿Quiénes, entonces, se han beneficiado con el llamado ‘milagro chino’? Los líderes regionales y locales del Partido Comunista y una ‘clase’ de funcionarios de élite. Muchos con estudios en el extranjero, hijos de los viejos caudillos que acompañaron a Deng en su revolución económica. Se calcula que hay más de un millón de millonarios en el país. Son los costos del desarrollo y del ‘milagro’. Apago el televisor.
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