Mi gran amigo, el Chato Matta, llegó al restaurante por un sabroso arroz con pato tierno, crema de ají y su jarra de agua de cebada heladita. El Chato tenía la cara bronceada, parecía que llegaba de una playa del sur. “‘No, María, regreso del Callejón de Huaylas. A veces me pregunto por qué me pasan tantas cosas locas. Recibí una llamada a mi celular. Era de Europa. Cuando me la pasaron, era ¡Livia!, mi ‘amore italiana’. ‘Seguro que estás durmiendo la mona y estás maldiciendo porque te despierto a las 6 de la mañana. No has cambiado Chato, soy Livia, a la que malograste la vida hace exactamente 15 años. ¿No te arden las orejas? Da gracias a Dios que estás vivo, porque unos amigos de aquí, de Roma, que estaban metidos en negocios con la ‘camorra’, al verme llorar tanto por tu culpa, me dijeron: ‘Livia, ese miserable no se va a burlar de ti y te va a dejar con el ajuar de novia comprado y los partes repartidos. Tenemos una batería en el Callao, dame la orden y lo mandamos a quebrar. Tómalo como un regalo de bodas frustrado’. Pero me diste pena, no por ti, sino por tu viejita que te adora. Siempre supe que de tu amistad con ese mal hombre llamado Pancholón, no ibas a sacar nada bueno. ¿Sigue vivo ese gordo atrevido y sinvergüenza?’

María, yo había taxeado toda la noche y me moría de sueño. Livia me recriminaba, pero luego me sorprendió al decirme: ‘Llego al jueves a Lima a medianoche, quiero que me recojas. Mi familia no sabe nada. Me gustaría recordar aquella luna de miel que nos dimos en el Callejón de Huaylas, tocar guitarra y cantar en una cueva de los baños termales de Monterrey. No me falles. Clic’. Ese viaje fue inolvidable. Livia era una cantante profesional en Italia, tenía una bellísima voz y me cantaba en los baños mientras hacíamos el amor. Allí le pedí matrimonio. Luego me porté como una basura, pues ella me iba a mandar el pasaje para casarnos en su iglesia romana. Pero a la hora de volar me chupé y terminé el compromiso por teléfono. Al verla, estaba igualita, o más delgada. Como es la buena vida europea, con un vestido negro finísimo. Nos fuimos a un hotel en Miraflores. Cenamos y me dijo despectivamente ‘anda a bañarte y te espero en el dormitorio’. No me gustó su tonito, pero le hice caso. Sentí que me quería humillar, pero me porté como un león salvaje y la volví una gatita. Recorrimos nuevamente la bella ciudad de Áncash. Me contó que vivió con un fisiculturista croata, grande y musculoso. ‘Pero ‘Chato, él me hacía cosquillas, creo que muchos anabólicos vuelven raros a algunos hombres. Ven conmigo a Roma. Recuperemos el tiempo perdido. Ya te conseguí trabajo de chofer del párroco. Tengo departamento propio en una buena zona, Chato, te necesito’. Pobre Livia. Tan racional para algunas cosas e idealista para otras. Se obsesionó conmigo. Le expliqué que tengo importantes asuntos que resolver en Lima y le dije una mentira piadosa: ‘Mi ex me hizo un juicio y no puedo salir del país’. ‘Chato, aquí se arregla todo, averigua cuánto hay que pagar por un permiso para que salgas dentro de algunos meses. Yo te mando el dinero’. Le dije que sí, pero para mis adentros era no. Irme a vivir a Italia significaría que nunca podría regresar a Perú. ¿Y mis hijitos? Ni hablar. Habré sido un mal marido, novio, pero jamás un mal padre”. Pucha, ese Chato se pasa. Es mujeriego como su amigo Pancholón. Me voy, cuídense.

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Mi gran amigo, el Chato Matta, llegó al restaurante por un sabroso arroz con pato tierno, crema de ají y su jarra de agua de cebada heladita. El Chato tenía la cara bronceada, parecía que llegaba de una playa del sur. “‘No, María, regreso del Callejón de Huaylas. A veces me pregunto por qué me pasan tantas cosas locas. Recibí una llamada a mi celular. Era de Europa. Cuando me la pasaron, era ¡Livia!, mi ‘amore italiana’. ‘Seguro que estás durmiendo la mona y estás maldiciendo porque te despierto a las 6 de la mañana. No has cambiado Chato, soy Livia, a la que malograste la vida hace exactamente 15 años. ¿No te arden las orejas? Da gracias a Dios que estás vivo, porque unos amigos de aquí, de Roma, que estaban metidos en negocios con la ‘camorra’, al verme llorar tanto por tu culpa, me dijeron: ‘Livia, ese miserable no se va a burlar de ti y te va a dejar con el ajuar de novia comprado y los partes repartidos. Tenemos una batería en el Callao, dame la orden y lo mandamos a quebrar. Tómalo como un regalo de bodas frustrado’. Pero me diste pena, no por ti, sino por tu viejita que te adora. Siempre supe que de tu amistad con ese mal hombre llamado Pancholón, no ibas a sacar nada bueno. ¿Sigue vivo ese gordo atrevido y sinvergüenza?’

María, yo había taxeado toda la noche y me moría de sueño. Livia me recriminaba, pero luego me sorprendió al decirme: ‘Llego al jueves a Lima a medianoche, quiero que me recojas. Mi familia no sabe nada. Me gustaría recordar aquella luna de miel que nos dimos en el Callejón de Huaylas, tocar guitarra y cantar en una cueva de los baños termales de Monterrey. No me falles. Clic’. Ese viaje fue inolvidable. Livia era una cantante profesional en Italia, tenía una bellísima voz y me cantaba en los baños mientras hacíamos el amor. Allí le pedí matrimonio. Luego me porté como una basura, pues ella me iba a mandar el pasaje para casarnos en su iglesia romana. Pero a la hora de volar me chupé y terminé el compromiso por teléfono. Al verla, estaba igualita, o más delgada. Como es la buena vida europea, con un vestido negro finísimo. Nos fuimos a un hotel en Miraflores. Cenamos y me dijo despectivamente ‘anda a bañarte y te espero en el dormitorio’. No me gustó su tonito, pero le hice caso. Sentí que me quería humillar, pero me porté como un león salvaje y la volví una gatita. Recorrimos nuevamente la bella ciudad de Áncash. Me contó que vivió con un fisiculturista croata, grande y musculoso. ‘Pero ‘Chato, él me hacía cosquillas, creo que muchos anabólicos vuelven raros a algunos hombres. Ven conmigo a Roma. Recuperemos el tiempo perdido. Ya te conseguí trabajo de chofer del párroco. Tengo departamento propio en una buena zona, Chato, te necesito’. Pobre Livia. Tan racional para algunas cosas e idealista para otras. Se obsesionó conmigo. Le expliqué que tengo importantes asuntos que resolver en Lima y le dije una mentira piadosa: ‘Mi ex me hizo un juicio y no puedo salir del país’. ‘Chato, aquí se arregla todo, averigua cuánto hay que pagar por un permiso para que salgas dentro de algunos meses. Yo te mando el dinero’. Le dije que sí, pero para mis adentros era no. Irme a vivir a Italia significaría que nunca podría regresar a Perú. ¿Y mis hijitos? Ni hablar. Habré sido un mal marido, novio, pero jamás un mal padre”. Pucha, ese Chato se pasa. Es mujeriego como su amigo Pancholón. Me voy, cuídense.

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