El Chato Matta llegó al restaurante por un cebichito de dorado con bastante ají limo y un arroz con mariscos con su quesito rallado encima. “María, tú eres mi amiga de años y en ti puedo confiar, me dijo. Le vi bien los ojos y estaba movidito. ¿Qué te pasa, Chatito?, le pregunté. Ando palteado, María, están siguiendo mis pasos. Recibo mensajes amenazantes al celular. Hace tiempo te conté que me encontré con una bandida que trabajó conmigo en el Ministerio, Julieta. Era un mujerón y tuve un choque y fuga con ella. Me la encontré hecha toda una señorona, porque se casó con el hijo de un empresario maderero. El sanazo cayó en las garras de la coqueta secretaria.

En una noche de copas emborrachó al colorado y, cuando estaba bien mareadito en el bar de un hotel cinco estrellas, le dijo haciéndose la mareada: ‘Mi papá me mata si me ve llegar así, mejor nos quedamos aquí’. ¡Así capturó al gilazo! Eso me lo contó cuando la volví a ver después de 15 años, cuando le hice una carrera a su residencia en una playa del sur. ‘Yo había estado saliendo con un gringo que trabajaba para la Policía. El desgraciado se fue y me dejó embarazada. El hijo del dueño apareció en el momento justo. Mi marido es mongazo. Ahora cree que se ha avivado. A veces, cuando me quiere humillar, me dan ganas de decirle la verdad. Que nunca lo sentí, ni siquiera me hizo cosquillas y que me casé con él por interés. Pero tengo miedo perderlo todo’.

María, ya en el reencuentro, me di cuenta de que era una mujer maquiavélica. Esa tarde, la dejé en su depa caleta de Miraflores, donde va con sus amantes. Pero no sé cómo se averiguó mi dirección y una mañana se apareció con su tremenda 4×4. ‘Así que aquí vives. Chato, despídete de este barrio de perdedores, te tengo un depa en Miraflores’. No sé por qué le aguantaba sus poses de millonaria. Será porque en la cama era una fiera. Más salvaje que una leona en celo. Y a mí me gustaba. Solo era pasión. Julieta sabía cómo hacer feliz a un hombre en la intimidad, pero también sabía cómo destruirlo en el trato cotidiano. Era ofensiva y pedante. Ella quiso establecer las reglas:

‘Toma este celular, solo lo vas a usar para hablar conmigo. Tú nunca me busques. Yo te encuentro’, me dijo. En el fondo yo me reía de Julieta. Para mí, ella era como un ave de paso. Seguí saliendo con Aracelli, una huanuqueña preciosa. Pero una noche, Julieta me buscó como una fiera, sacó su celular y puso una foto: ¡¡estaba yo con Aracelli saliendo de la mano del hotel!! ‘¡¡Chato, maldito, qué le has visto a esa misia!!’ En seguida se paró y sacó un revólver. ‘¡A Julieta nadie la engaña, entendiste! ¡Terminas con ella hoy mismo o vas a ver de lo que soy capaz!’ María, yo tengo la culpa por meterme con tremenda loca. Encima también le ha mandado un mensaje a la pobre Aracelli, quien no tiene la culpa de nada. El Chato se pidió dos cervezas y puso en la rocola su tema preferido de Iván Cruz: Mozo, deme otra copa/ esta noche quiero beber/ esta noche quiero acabar/ con el recuerdo de este amor/ Mozo, deme otra copa/ esta noche quiero beber/ esta noche yo quiero ahogar/ mis penas mi quebranto/ Mozo, deme otra copa/ ahogar en ella quiero mi dolor/ ahogar en ella quiero este amor/ que me hace tanto dañoooooo/” Pucha, pobre Chato, pero él se lo buscó por meterse con ese tipo de mujeres. Me voy, cuídense.

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