Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un tiradito de lenguado al olivo, un chaufa de mariscos y un refresco de maracuyá. “María, arrancó febrero, el mes de los carnavales. Desde pequeño siempre escuché a los mayores criticando la costumbre de muchos de arrojar agua a los transeúntes, así no los conozcan. ‘Hoy se ha perdido toda educación, las personas actúan como si fueran animales. No respetan nada’, dicen los más viejos.

Pero leyendo la ‘Guía del viajero en Lima’, de Manuel Atanasio Fuentes, publicada por primera vez en 1860 (¡antes de la Guerra del Pacífico!) y reeditada en 1998, descubrí estas sorprendentes líneas: ‘Desde que se sepa que el juego de carnaval consiste en echar agua sobre las personas, como se echaría sobre bestias a quienes se quiere refrescar; desde que se sepa que no se puede salir a la calle sin exponerse a ver brotar cataratas de todos los balcones y a ser acometidos por pandillas de gente soez, que en esos días no reconocen jerarquía superior…’.

Y Carlos Prince, en su obra ‘Lima antigua’, publicada en 1890, reeditada en 1992, afirma: ‘Las fiestas del carnaval tienen tan grande aliciente para todas las clases sociales, que es casi imposible su desaparición (…). Repugnante era ver bandas de gentes recorriendo las calles, con las caras horriblemente pintadas de mil colores y con fachas de furias: llevaban un arsenal de pintura en polvo, y desgraciado del prójimo que se encontraba con ellos, porque no escapaba de ser pintado de todos colores’. ¿Algún parecido con lo que ocurre hoy en día?

En esos años los carnavales no se celebraban todos los domingos de febrero como hoy, sino que se hacía en tres días seguidos antes del Miércoles de Ceniza, una fiesta religiosa que tiene fecha variable entre febrero y marzo (y que se celebra cuarenta días antes del Domingo de Ramos, que da comienzo a la Semana Santa). En el siglo antepasado, como hoy, las autoridades trataban de frenar a los vándalos que no respetaban a nadie cuando de mojar y pintar se trataba. Pero la población peruana ha crecido tanto que hoy somos más de 30 millones y, en Lima, que está en un desierto, hay más de 10 millones. Muchísima gente no tiene agua potable, por lo que este bien es tan preciado que desperdiciarlo es casi un crimen.

Por eso, las autoridades ruegan no botar en carnavales el agua que tanto cuesta potabilizar. Son arrojados miles de litros. Celebremos los carnavales, pero cuidando el agua y respetando a los demás. Los vándalos este año serán juzgados con la ley de flagrancia, por la que en los últimos días mujeres y hombres están ingresando a la cárcel por golpear a policías. Así que esos que aprovechan los carnavales para robar, lesionar a las personas, destruir la propiedad privada o manosear a mujeres, recuerden que se pueden ir derechito a prisión”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.

Si te interesó lo que acabas de leer, puedes seguir nuestras últimas publicaciones por , , y puedes suscribirte a nuestro newsletter.

Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un tiradito de lenguado al olivo, un chaufa de mariscos y un refresco de maracuyá. “María, arrancó febrero, el mes de los carnavales. Desde pequeño siempre escuché a los mayores criticando la costumbre de muchos de arrojar agua a los transeúntes, así no los conozcan. ‘Hoy se ha perdido toda educación, las personas actúan como si fueran animales. No respetan nada’, dicen los más viejos.

Pero leyendo la ‘Guía del viajero en Lima’, de Manuel Atanasio Fuentes, publicada por primera vez en 1860 (¡antes de la Guerra del Pacífico!) y reeditada en 1998, descubrí estas sorprendentes líneas: ‘Desde que se sepa que el juego de carnaval consiste en echar agua sobre las personas, como se echaría sobre bestias a quienes se quiere refrescar; desde que se sepa que no se puede salir a la calle sin exponerse a ver brotar cataratas de todos los balcones y a ser acometidos por pandillas de gente soez, que en esos días no reconocen jerarquía superior…’.

Y Carlos Prince, en su obra ‘Lima antigua’, publicada en 1890, reeditada en 1992, afirma: ‘Las fiestas del carnaval tienen tan grande aliciente para todas las clases sociales, que es casi imposible su desaparición (…). Repugnante era ver bandas de gentes recorriendo las calles, con las caras horriblemente pintadas de mil colores y con fachas de furias: llevaban un arsenal de pintura en polvo, y desgraciado del prójimo que se encontraba con ellos, porque no escapaba de ser pintado de todos colores’. ¿Algún parecido con lo que ocurre hoy en día?

En esos años los carnavales no se celebraban todos los domingos de febrero como hoy, sino que se hacía en tres días seguidos antes del Miércoles de Ceniza, una fiesta religiosa que tiene fecha variable entre febrero y marzo (y que se celebra cuarenta días antes del Domingo de Ramos, que da comienzo a la Semana Santa). En el siglo antepasado, como hoy, las autoridades trataban de frenar a los vándalos que no respetaban a nadie cuando de mojar y pintar se trataba. Pero la población peruana ha crecido tanto que hoy somos más de 30 millones y, en Lima, que está en un desierto, hay más de 10 millones. Muchísima gente no tiene agua potable, por lo que este bien es tan preciado que desperdiciarlo es casi un crimen.

Por eso, las autoridades ruegan no botar en carnavales el agua que tanto cuesta potabilizar. Son arrojados miles de litros. Celebremos los carnavales, pero cuidando el agua y respetando a los demás. Los vándalos este año serán juzgados con la ley de flagrancia, por la que en los últimos días mujeres y hombres están ingresando a la cárcel por golpear a policías. Así que esos que aprovechan los carnavales para robar, lesionar a las personas, destruir la propiedad privada o manosear a mujeres, recuerden que se pueden ir derechito a prisión”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.

Si te interesó lo que acabas de leer, puedes seguir nuestras últimas publicaciones por , , y puedes suscribirte a nuestro newsletter.

tags relacionadas

NOTICIAS SUGERIDAS

Contenido GEC