Este Búho se emociona al conmemorarse 90 años del nacimiento de la inmensa poeta peruana Blanca Varela. Me enorgullezco de haber escrito varias columnas sobre ella, no solo por su producción literaria, sino porque representa una de las personalidades femeninas trascendentales no solo en el Perú sino en el mundo.
Sin embargo, pese a que su obra ha sido prologada y elogiada por premios Nobel, de la talla del mexicano Octavio Paz y nuestro Mario Vargas Llosa, pienso que todavía su figura no es reconocida como debería ser en nuestro país. En vida, la misma poeta era muy ajena a la notoriedad y no era figuretti. Tanto así que Vargas Llosa escribió estas frases elogiosas : “De todos los poetas de este tiempo que me ha tocado conocer, no hay uno tan ajeno a la feria de las vanidades y a la ilusión de la codicia del éxito como Blanca Varela”.
La primera vez que escuché hablar de ella fue por mis amigas sanmarquinas del Patio de Letras, las bellas Patricia Alba y Tatiana Berger. Ellas leían con devoción ese poemario de culto, su primer libro: ‘Ese puerto existe’ (1959).
La leyenda cuenta que ese libro lo escribió de un tirón cuando vivía en París con su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo. Nadie imaginaba que entre los días de bohemia juveniles de los artistas latinoamericanos como Szyszlo, Octavio Paz o Vargas Llosa, la esposa del pintor escribía un libro de poesía. No se lo dijo a nadie, ni siquiera a su marido. Cuando estuvo terminado, se lo enseñó en secreto al poeta y ensayista Octavio Paz. Tanto le impresionó el libro que le propuso escribir el prólogo. La historia del título del libro la relató el mismísimo Vargas Llosa: “Blanca le llevó el libro a Octavio y cuando leyó el título le pregunto: ‘¿Puerto Supe? ¿Qué es eso?’ A lo que ella, excitada, le respondió: ‘¡Pero ese puerto existe, Octavio!’ Paz, con esa genialidad que lo caracterizaba, le dijo: ‘¡¡Allí está!! Blanca, ese es el título’”.
‘Ese puerto existe’: ‘En esta costa soy el que despierta/entre el follaje de alas pardas,/el que ocupa esa rama vacía,/el que quiere ver la noche./Aquí en la costa tengo raíces, manos imperfectas,/un lecho ardiente en donde lloro a solas’.
Ella era jovencita aquel 1959 cuando publicó dicho libro. Este columnista viajó este año a Puerto Supe, solo para recorrer sus pasos en la caleta que la inspiró tanto a escribir ese puñado de joyas. Me paseé por la Caleta Vidal y me bañé en el mar gris. Me la imaginé con su guitarra cantando valses con su madre, la escritora costumbrista Esmeralda Gonzales Castro, más conocida como ‘Serafina Quinteras’. Sí, la que escribió la socarrona polca, una sátira a las promesas de los políticos: ‘Vamos al Congreso a hacer firuletes, una vida nueva vamos a empezar…/Haremos casas de ochenta pisos, ómnibus nuevos, más de cien mil…’.
El Puerto Supe de Blanca era una caletita de pescadores, sin las fábricas y moles de concreto de ahora. Me paseé en bote por la lagunita de Caleta Vidal y me la imaginé deslumbrando al mayoritario pelotón masculino de la histórica Casona de San Marcos, donde ingresó a estudiar. Ella señalaba siempre que si bien, ni su abuela ni su madre habían pisado los claustros, se educaron solas; y le enseñaron a reivindicar el papel de la mujer en la sociedad. En su casa del Rímac, su madre congregaba a lo más graneado de los músicos criollos, ‘Los troveros’, artistas como Sérvulo Gutiérrez, periodistas como Doris Gibson. La traviesa Blanca tocaba la guitarra y cantaba. Eso deslumbró a un artista plástico más bien tímido, pero con extraordinario talento: Fernando de Szyszlo, con quien se casó y tuvo dos hijos, Vicente y Lorenzo.
Paralelamente a su oficio de poeta, Blanca trabajaba como editora de revistas. Colaboró en la fenecida ‘Oiga’, donde hacía reseñas cinematográficas con el seudónimo de ‘Cosme’. También era parte del comité de Redacción de la notable revista ‘Amaru’ (1967-1971) que dirigía el poeta Emilio Adolfo Wesphalen.
Pero lo suyo era la poesía: ‘No sé si te amo o te aborrezco/como si hubieras muerto antes de tiempo/o estuvieras naciendo poco a poco/penosamente de la nada siempre/porque es terrible comenzar nombrándote/desde el principio ciego de las cosas/con colores con letras y con aire/Violeta rojo azul amarillo naranja/melancólicamente/esperanzadamente /absurdamente/eternamente (…) mas luego retrocedes te agazapas/y saltas al vacío/y me dejas al filo del océano/sin sirenas en torno/nada más que el inmundo el bellísimo azul/el inclemente azul/el deseo’ (fragmento de ‘Valses’, uno de sus más emblemáticos poemas).
Para este Búho, Blanca Varela es y será como el mar que tanto amó. Siempre estará. Apago el televisor.
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