El empresario kuwaití Jasem Buabbas lleva años criando larvas para el consumo animal y ahora espera que sus supergusanos formen parte de la dieta de los habitantes del Golfo.
En un cuarto oscuro de las afueras de la capital del rico emirato petrolero, Buabbas coloca las larvas de tenebrio molitor, también llamado “gusano de la harina”, con fama de ser rico en proteínas, en una caja con salvado y harina de maíz. En otra, ponen insectos adultos para que se apareen.
“Tengo la ambición de que los gusanos de la harina se conviertan en una alternativa alimenticia para los humanos”, explicó a la AFP.
El consumo de insectos no es nuevo: 2.000 millones de personas, especialmente en África, Asia y América Latina, ya han consumido unas 1.000 especies.
Pero más allá de los platos tradicionales, la pasta de langosta (chapulín en algunos países de América Latina) o los batidos de larvas se han convertido en una tendencia culinaria en varias capitales del mundo. Y es que los insectos comestibles son una alternativa rica en proteínas y más sostenible que la carne.
En el pasado, en el Golfo ya había gente que comía langostas, a veces presentes en masa en la región, pero últimamente su consumo ha decaído.
Kuwait aún no ha aprobado el consumo de gusanos de la harina para las personas, pero son muy populares entre los criadores de aves, peces y reptiles.
Poco a poco, las reglas cambian. La Unión Europea aprobó en mayo el consumo de gusanos de la harina, después de que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria concluyera que se podían comer sin peligro.
Mientras espera que su país los autorice Buabbas prueba recetas a base de larvas porque quiere expandir su empresa y crear lo que sería el primer restaurante de insectos en el Golfo.
“Por el momento, he creado tres tipos de salsas (...) que los compañeros han probado y apreciado”, dice este hombre, que también trabaja en el sector público.
“Me dio asco”
La fascinación de Buabbas por estos insectos comestibles lo llevó a viajar hasta Tailandia en 2018 para aprender más sobre ellos.
“Al principio me daba asco, pero me acostumbré a los gusanos, comprendiendo su comportamiento y lo que los ponía en peligro”, explica.
Ahora se pasa dos horas al día junto a sus larvas, alimentándolas con avena, patatas y zanahorias, y ajustando los niveles de humedad y temperatura.
El criador produce entre 3.000 y 6.000 gusanos por trimestre, a veces 10.000. Los vende a tres dólares (2,4 euros) por 25 unidades.
Los supergusanos tardan 90 días en madurar lo suficiente para poder venderlos. Cada uno pesa aproximadamente un gramo y mide seis centímetros de largo.
Antes de la pandemia y los posteriores cierres de fronteras, Buabbas transportaba larvas a otros países del Golfo, sobre todo a Arabia Saudita.
Según él, el mercado del gusano de la harina es lucrativo. Los criadores de pájaros gastan miles de dólares, por ejemplo, para alimentar a sus cardenales o ruiseñores.
Pero Buabbas no sabe si sus recetas, que promueve en las redes sociales, serán un éxito. Ni siquiera él se ha atrevido nunca a comer gusanos.
Fuente: AFP