En el noroeste de Kiev, refugiados bajo un bosque de pinos, un millar de soldados rusos habían construido un enorme campamento, invisible desde la carretera. Ahora está abandonado y solo quedan sus construcciones vacías y todo lo que dejaron atrás.
El lugar, a 3 km de los primeros núcleos de población, en medio de la campiña, es invisible desde la estrecha y poco concurrida carretera que cruza este bosque, cerca del pueblo de Buda-Babynetska, 40 km al noroeste de Kiev.
Las espesas copas de los pinos también la hacen casi imperceptible desde el cielo.
Pero el recinto es grande. El improvisado campamento ocupa la extensión de casi dos campos de fútbol, constataron periodistas de la AFP.
“Había casi mil personas apostadas aquí”, afirma “Ferrari”, el responsable de la guardia nacional ucraniana en la zona que se hace llamar por este apodo.
“Llegaron cruzando la frontera desde la dirección de Chernóbil”, explica a AFP sin poder dar una fecha precisa de la llegada o la salida de los soldados.
A diferencia de otras zonas de la región, regularmente atacadas y castigadas por la violencia de los combates, en este bosque donde vivían los soldados rusos no hay rastro de destrucción por bombardeos aéreos o artillería.
“El ejército ucraniano golpeaba sobre todo los emplazamientos donde había los almacenes de municiones. En este lugar no había más que personal. No es justo desde el punto de vista del ejército ucraniano bombardear si no hay más que personal”, dice “Ferrari”.
Las únicas señales de violencia son una furgoneta blanca y un Lada rojo, agujereados por balas y con restos de sangre en una puerta o un asiento, que están abandonados en el arcén de la carretera del bosque.
Sus ocupantes, civiles, fueron asesinados mientras conducían. Sus cuerpos fueron retirados hace poco.
Las tropas de Moscú tuvieron que estar semanas en las entrañas del pinar. Los refugios, de diferentes tamaño, profundidad y longitud, fueron construidos sólidamente y con paciencia.
El suelo, una mezcla de tierra blanca y arena, fue fácil de cavar para dar lugar a los refugios, que miden desde 1,50 metros los más bajos a la altura de un hombre en los más profundos.
Talaron pinos para recortar leños que usaron como techo o como pared para estos refugios. Y cientos de cajas de madera vacías donde transportaban misiles Grad, con planchas de hasta dos metros, sirvieron para cobijarse del viento y la lluvia.
Sémola, máscaras antigás y gorros rusos
Muchos de estos habitáculos están cubiertos por ramas de pinos. Los periodistas de AFP pudieron contar más de un centenar dispersos por todo el bosque, más o menos cercanos unos a otros.
También se construyeron aseos, cerrados por una cobertura o una larga tela, reconocibles por su techo con forma triangular, hecho de planchas desmontadas de las cajas de misiles.
Las tropas rusas se retiraron de la región de Kiev en los últimos días de marzo. Los habitantes de este campamento tuvieron que partir en esos días.
“Los habíamos visto patrullar para que nadie se acercara”, explica a AFP Bohdan, un adolescente de 15 años que vive a 3 km de allí. “Nos acercábamos, los buscábamos y cuando los veíamos, marchábamos sin que nos vieran”, añade.
“Alrededor de cada cinco días, veníamos, nos acercábamos para ver si seguían allí (...) Y la última vez que vinimos aquí, era antes de ayer [domingo], y ellos ya no estaban allí”, relata.
El chico y su amigo han ido para ver qué pueden recuperar. Por todos lados hay latas de raciones vacías, envases de comida, botellas de plástico, botines forrados, calcetines, guantes, un abrigo, una camisa, un cinturón...
A menudo, los envases de comida están recogidos en agujeros rectangulares y poco profundos. Carne de ternera, sémola o arroz con carne: los restos de las raciones dan una idea del menú cotidiano de las tropas.
También se ven algunas ushankas (los gorros rusos de piel) de color caqui o negro, con una estrella bordada al frente, abandonadas en el suelo o en los refugios, así como máscaras antigás, a menudo rotas.
En un rincón del campamento, en una pista forestal, está el único vehículo militar que queda en la zona: un transportador de tropas con un cañón antiaéreo y varias de sus seis rodas pinchadas.
Cerca de un refugio, por el suelo, yace un libro en ruso. El viento va pasando sus páginas, empapadas por la lluvia. “48 horas para morir”, del austríaco Andreas Gruber.
Bajo el título de la portada se lee la siguiente frase: “Cuanto más trata un criminal de esconder las pistas, más indicios deja”.
Fuente: AFP