Conoce el testimonio de Anita Raman, quién trabajó como rastreadora de contactos en la ciudad de Nueva York durante la pandemia de COVID-19 durante un corto tiempo. La gente le permitía entrar en sus vidas sin temor a ser vulnerables.
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Esta joven estudiante trabajó como rastreadora de contactos porque necesitaba un trabajo y quería ayudar de alguna manera a su ciudad, Nueva York, cuando comenzó ha expandirse de manera caótica, la pandemia.
Antes de la pandemia ella trabajaba en un proyecto de investigación y políticas climáticas y estudiaba en la Universidad de Cornell.
Durante los primeros meses de la llegada del coronavirus a Estados Unidos, su trabajo era llamar a cuantas personas podía y preguntarles si había estado cerca de alguna persona que tuviera síntomas o esté contagiada de coronavirus y si tendría algún contacto sobre ese familiar o amigo, para poder brindar consejos acerca de la enfermedad.
“Por un lado, a menudo tenía que decirle a la gente por primera vez que tenían Covid-19. Tenía que responder con empatía y paciencia para disipar instantáneamente cualquier idea de que se trataba de un trabajo al estilo de telemarking”, cuenta Anita Raman a el New York Post.
Ella afirma que educó a la gente sobre las señales de advertencia acerca de la enfermedad y cuándo tenían que ir al hospital. Además preguntaba sobre los síntomas de las personas para de esta determinar cuándo eran infecciosos y cuánto tiempo necesitaban aislarse.
“Les hablé de las protecciones laborales y les ayudé a recibir cartas para dar a sus empleadores en las que se les explicaba que no podían ir a trabajar. Los instalé un hotel de aislamiento para evitar que contagiasen a sus seres queridos, o con la entrega de alimentos o medicamentos si lo necesitaban. Les hice enviar paquetes de cuidado de mascarillas, termómetros, oxímetros de pulso, desinfectante de manos. Y, por supuesto, también obtuve información de contacto de cualquier persona que estuvo expuesta a ellos mientras eran infecciosos”, narró Anita sobre su experiencia.
Según confiesa esta mujer, que era conocida como “investigadora de casos”, algunas personas mentían acerca de los contactos con coronavirus que tenía. Ella notaba estas mentiras porque a veces podía oír la conversación entre varias personas antes de que le dijeran que no vivían a nadie o nieguen conocer a alguien.
Pese a sus esfuerzos, vio como la curva en Nueva York iba subiendo exponencialmente, ella afirma que muchas personas tomaron la noticia de tener coronavirus con bastante calma e incluso comparaban su tiempo de cuarentena como unas cortas vacaciones, esto pasaba mayormente en los asintomáticos o aquellos que tenían todas las comodidades en casa
Sin embargo, muchos de ellos, cuando eran comunicados que tenían covid-19, sollozaban, lloraban o entraban en pánico. “Yo intentaba consolar a esta persona diciéndoles que no fue su culpa, que pese a los cuidados este virus era muy contagioso. Algunos temían por las personas que pudieron haber infectado sin saberlo, yo trataba de asegurarles que íbamos a monitorear sus contactos y asegurarnos de que tuvieran lo que necesitaban para ponerlos en cuarentena de manera segura”, comentó Anita.
Durante las llamadas, Anita conoció a mucha gente bondadosa que se pasaban más de 30 minutos contándole absolutamente todos los contactos a los que pudieron haber contagiado, muchos de ellos ayudaban a los abuelitos infectados e incluso los que tenían familiares en hospitales, ancianos o personas que vivían solas, simplemente se quedaban en la llamada contándole historias.
“Algunos días se me acababa la paciencia. Me despertaba y había 7,000 casos esperando ser llamados, así que cuando la gente se resistía, tuve que decir: ‘Mira, ayer murieron 3,000 personas y necesito tu ayuda o esto nunca se detendrá'. Eso funcionó a veces. El impacto psicológico todavía me acompaña hasta hoy”, escribió emotiva la joven.
Finalmente contó que del total de llamadas que hizo en total durante su tiempo de trabajo, el 3% daba negativo para coronavirus, lo que ella considera como una cifra alentadora para todos los neoyorquinos.
“Las llamadas más tristes fueron las de personas que no tenían contactos de emergencia cuando los pedí. Los que estaban realmente solos. Y aquellos cuyo único contacto de emergencia ya estaba en un ventilador. Sabía que los llamaríamos durante 10 días, pero me preguntaba qué pasaría después de eso. Desearía que supieran que me importaba, o que todavía pienso en ellos, pero nunca volveré a ver su rostro ni hablar con ellos”, terminó escribiendo.
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