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Marzo de 2019: Las fuerzas kurdas anuncian el fin del “califato” autoproclamado del grupo . Dos años después, la organización yihadista más brutal de la historia moderna sigue siendo tan activa como peligrosa, probablemente por mucho tiempo.

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Aunque ya no controla un territorio tan grande como el Reino Unido, entre Irak y Siria, como en su punto álgido, el EI conserva su terrible capacidad de hacer daño.

“Por ahora se mantiene discreto, pero se aferra a su proyecto de insurrección en Irak y Siria, de presencia cibernética global y a mantener una estructura celular que le permita llevar a cabo ataques terroristas”, dijo en febrero el jefe del Mando Central de Estados Unidos, el general Kenneth McKenzie.

Poco después, Francia exigió una reunión de la coalición internacional, bajo mando estadounidense, argumentando que había un “fuerte resurgimiento” del EI.

Su preocupación no es infundada. Entre la caída de Baghuz (este de Siria), el 23 de marzo de 2019, y finales de febrero de 2021, el EI reivindicó 5.665 operaciones militares en 30 países, es decir ocho al día, según un analista especializado que pide el anonimato y publica sus investigaciones en la cuenta de Twitter “Mister_Q”.

Y la presión sigue siendo fuerte, como lo demuestra el atentado suicida que dejó más de 30 muertos en Bagdad en enero. Pero más allá de Siria e Irak, donde el EI ha construido su macabra notoriedad con videos de crucifixiones, de prisioneros degollados o quemados vivos en jaulas, el grupo está presente desde Mozambique hasta Egipto y desde Malí hasta Sri Lanka, pasando por el Cáucaso y el Sureste Asiático.

Tras la muerte en un ataque de Estados Unidos de su líder Abu Bakr al Bagdadi a finales de 2019, le sucedió Amir Mohamed al Mawla con la mayor discreción. Sus objetivos son desconocidos, pero el poder de su red es innegable.

Estrategia constante

“El EI mantiene un ritmo constante”, señala Charles Lister, director del programa antiterrorista del Middle East Institute. “La decisión, tomada hace años, de ocultar y descentralizar el mando y el control sigue vigente”.

Independientemente de la zona geográfica, las franquicias del EI aplican una misma estrategia, señala “Mister_Q”.

“Primero se aprovechan de la inestabilidad del Estado golpeando a las fuerzas armadas en una especie de guerra de desgaste, luego obligan a los enemigos del grupo a huir del territorio y se posicionan como garantes de la seguridad de la población”, resume para AFP.

La tercera fase, el califato, llega sólo después. Pero, ¿realmente necesita el EI administrar una región? “En la mente de sus miembros, el califato sigue existiendo hoy en día”, responde Charles Lister. “La idea de que ha sido abolida es una concepción occidental, ajena al propio grupo”.

Tore Hamming, investigador del departamento de estudios de guerra del King’s College de Londres, señala que las fisuras en el seno del EI, esperadas a finales de 2019, no han prosperado.

“No creo que el grupo esté de acuerdo con la idea de que el califato ha terminado”, dice a la AFP. “Al fin y al cabo, su líder se sigue llamando califa”, argumenta, describiendo la “fascinante” capacidad de adaptación del poder yihadista.

El riesgo generacional

Además, el EI está experimentando gradualmente una especie de desplazamiento geográfico. Ha movido su epicentro en particular a África Occidental. La región del lago Chad es ahora una de las más activas del grupo en todo el mundo. “Será interesante ver si este cambio se refleja en la organización formal del poder central”, dice Tore Hamming.

Pero por ahora, la dirección sigue estando en el denominado Levante (Siria e Irak), donde la coalición internacional ha sufrido la pandemia del covid-19 y el deseo de la administración Trump de reducir las tropas estadounidenses en Oriente Medio.

Es demasiado pronto para saber cuáles son los planes del presidente Joe Biden, pero Washington quiere que sus “socios locales se activen para continuar la lucha contra el EI en sus respectivas zonas y sin ayuda exterior”, dice el general McKenzie.

La bandera negra del EI, añade, seguirá flotando mientras su ideología persista. Según el funcionario estadounidense, sólo en el campo de prisioneros de Al Hol, en la zona siria en poder de los rebeldes kurdos, viven 62.000 personas. Una juventud criada en la miseria, la violencia cotidiana, el fanatismo religioso y el odio a Occidente.

“El riesgo a largo plazo es el adoctrinamiento sistémico de esta población”, teme. “No abordar esto significa que el EI nunca será realmente derrotado”, cree. “Ignorarlo no hará que desaparezca”.

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