Gósol (Cataluña), pueblo ubicado en la frontera de España y Francia, puede ufanarse de ser un lugar con todos los ingredientes para una estadía con tranquilidad: un castillo viejo en lo alto de la colina, fértiles tierras y un sitio donde todos se conocen desde hace una vida.
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No obstante, a partir de 1960, tal como lo señala Nicholas Casey para una crónica de The New York Times, los censos registraron una caída de la población, que poco a poco, veía la posibilidad de crecer y constituir sus familias en la ciudad.
El castillo de la colina, que ahora está en ruinas, así como el resto de personas que vieron transcurrir su vida en Gósol, se vieron con la problemática de que, incluso, la escuela quede a poco de cerrar a causa de la ausencia de alumnos, además de que varios de los comercios elementales del lugar carezcan de sentido, pues cada vez más gente se mudaba del lugar.
Dicha situación empujó al alcalde de la ciudad a visitar programas de televisión y suplicar a sus compatriotas que vayan al pueblo, que las parejas jóvenes lo repueblen, pues de lo contrario este estaría condenado a morir.
Sin embargo, los estragos de la pandemia trajeron consigo bajo el brazo la ansiada notoriedad que el pueblo requería. Según The New York Times, unas 20 o 30 personas se mudaron a la jurisdicción, donde únicamente vivían 140 almas, para gozar de la tranquilidad del lugar y hacer ‘home office’.
Es por ello que la pequeña escuela ubicada en la plaza del pueblo pudo recibir una segunda oportunidad cuando los padres comenzaron a inscribir a sus hijos allí.
“Si no fuera por la COVID-19, la escuela se hubiera cerrado”, comenta Josep Tomás Puig, de 67 años, cartero jubilado de Gósol que se pasó la vida viendo cómo la generación más joven se marchaba hacia las ciudades de España, al The New York Times. “Si se cierra la escuela, se cierra el pueblo”, acota.
La pregunta más importante ahora es cuánto tiempo se quedarán los recién llegados, puesto que en años anteriores vinieron muchos, pero terminaron retornando a la ciudad.
Puig, el cartero, es optimista. Según asegura, cuando él era niño le decían “los que se quedan aquí no sé qué van a hacer, si de aquí a dos días solo habrá ardillas, y zorros corriendo por aquí”. No obstante, él mira hacia la calle y, al no ver ningún zorro, responde: “Todavía no ha pasado”.
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