Esta imagen tomada el pasado 17 de abril muestra una vista general de la plaza de San Marcos y el Palacio Ducal vacíos, mientras el país intentaba frenar la propagación de la epidemia de COVID-19, causada por el nuevo coronavirus. (ANDREA PATTARO / S fornasier / AFP)
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Venecia [AFP].- En la famosa Plaza de San Marcos, incluso las palomas han desaparecido por culpa del coronavirus. Los turistas de todo el mundo que les arrojaban comida desaparecieron de uno de los lugares más mágicos de Italia.

“Sin turistas, Venecia es una ciudad muerta”, lamenta amargamente Mauro Sambo, un gondolero de 66 años, quien desde 1975 ofrece paseos por los canales de la “Serenissima”.

“Incluso si levantan el confinamiento ¿quién desea salir en góndola? Sólo los extranjeros, no los residentes”, reconoce este hombre elegante, con barba retocada, mientras limpia su góndola frente al palacio ducal.

La atmósfera crepuscular y el silencio ensordecedor también reinan en el Gran Canal, donde solo circulan los vaporetti, los autobuses acuáticos.

Los suntuosos palacios que bordean las dos orillas, que albergan instituciones culturales y hoteles de lujo, tienen todos las persianas cerradas.

En Italia, la industria del turismo representa el 13% del PIB y el 15% de los empleos, aunque en la Ciudad de los Doges ese porcentaje es mayor, ya que depende casi toda de ese sector.

“Alrededor del 65% de la población trabaja en el turismo”, asegura la responsable de esa rama del ayuntamiento de Venecia, Paola Mar, en una entrevista con la AFP.

“El impacto por el coronavirus ha sido muy fuerte, ya que el 85% de los turistas que visitan Venecia son extranjeros”, subraya, ante una de las peores crisis de su historia reciente.

Inclusive la Unión Europea tuvo que pedir el miércoles a sus miembros que abran sus fronteras internas para evitar el hundimiento del sector turístico.

“Comenzamos a recibir solicitudes para saber cuándo y cómo se puede venir”, cuenta Mar con tono optimista.

“Una ciudad abierta al mundo”

“Hemos sobrevivido a las guerras, porque de hecho esta es una guerra, así que también lograremos salir de esta, gracias a nuestro espíritu emprendedor”, sostiene Francesco Pecin, un empresario de la construcción, de 47 años, mientras camina cerca al Puente de los Suspiros.

Pecin reconoce que está “asombrado” frente a los canales desiertos. “Ya no quedan venecianos de pura cepa, solo hay hoteles y apartamentos para alquiler”, subraya.

Un análisis compartido por Enrico Facchetti, un joyero de 61 años, quien pasea con su perro cerca a la basílica de San Marcos: “La ciudad vive de una monoeconomía que se basa en el turismo. Es posible que sea un error, pero no tenemos otra opción. ¡Sin turistas, no saldremos de esta!”, dice.

“Históricamente, Venecia ha sido siempre una ciudad abierta al mundo, cosmopolita. ¡Mira esta basílica! Es de estilo bizantino, los caballos de bronce de la fachada vienen de Constantinopla”, explica.

En el centro histórico de Venecia residen solo 52.000 habitantes, de un total de casi 260.000, y la hemorragia hacia la tierra firme continúa, debido al menor costo de la vida y al deseo de una vida diaria más cómoda.

El barrio de Cannareggio, entre los menos turísticos, está un poco más animado: los residentes salen con mascarilla y guantes, hacen fila frente a los bares, supermercados y panaderías.

Si bien pocos habitantes hablan de ello, la convivencia con los turistas no ha sido siempre serena. Lo ilustra una enorme pancarta en la fachada de un edificio: “¡Cansado de B&B! ¡Han violado mi casa!”.

La presión del sector turístico sobre el mercado inmobiliario es notable: además de transformar los apartamentos en residencias temporales para turistas a través de la plataforma Airbnb, los locales que albergan actividades artesanales también son objeto de codicia.

En la isla de Murano, famosa por sus fábricas de objetos de vidrio, “están transformando una cristalería en un hotel-restaurante”, denuncia Dimitri Tiozzo, líder empresarial de 53 años.

“Ya no se hace nada artesanalmente”, resume.

La fuga de turistas empezó en Venecia antes de la propagación del virus. “Desde noviembre estamos sufriendo”, dice Mar, debido a las inusuales inundaciones causadas por la marea alta y que pusieron en crisis el criticado turismo masivo.

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