“Chingar”, “gilí” o “chavo” son solo algunas de las muchas palabras usadas por los hispanohablantes que tienen su origen en el caló, que la RAE define como la variedad del romaní que hablan los gitanos de España, Francia y Portugal.
Los caloísmos, como se conocen las palabras derivadas del caló, son muy numerosos en el castellano y de su evolución, entre otras muchas etimologías, hablan en su libro “La vida secreta de las palabras” los integrantes de @EtimosDirectos, una de las cuentas sobre estos asuntos más seguidas en las redes sociales: Shayma Filali Baba Louartiti, Israel Villalba y Peru Amorrortu, expertos en historia y filología.
El insulto “gilí” (y sus derivados “gil” y “gilipollas”), por ejemplo, es un préstamo derivado del romaní o del caló “jilí”, que significa “estúpido” o “necio”.
Lo mismo ocurre con “chingar”, derivado de la raíz romaní “cinger” que significa “pelear”, y de ahí su significado de ‘molestar’ ‘fastidiar’.
O con “chavón” o “chavo”, utilizados en América Latina, o el “chaval” empleado en España. Todas tienen el mismo origen: “chavo” (‘hijo’), que pasó al castellano con el significado de ‘muchacho’, se explica en el libro.
Los autores explican cómo en los años 70 y 80 del siglo pasado, los caloísmos nutrieron las jergas juveniles con palabras como “molar”, que en caló se interpretaba como “valer” o “producir”, de lo que viene su acepción entusiasta para aludir a algo.
Al igual que ocurre con “chachi”, procedente del caló “chachipén”, que significaría “verdad”, como una valoración de aprobación.
O con “dabuten”, que con sus distintas variantes -de “buten”, “dabuti”- se usó ampliamente en España en los 70 y los 80 para definir algo estupendo y que parece derivar de la palabra “bute”, que es ‘mucho’ en caló. Y también una palabra que significa lo contrario, como es “chungo”, que viene de “zung” (‘asco’ o ‘repugnancia’).
Otra de las expresiones que hunde sus orígenes en el caló, según @EtimosDirectos, es “nanay” o “nanái”, que se emplea para expresar el rechazo a lo que el interlocutor acaba de decir, y que deriva del adjetivo que en esa lengua es “ningún” y, de ahí, a “de ninguna manera”.
“Curro”, con el significado de ‘trabajo’, es uno de los caloísmos más extendidos en nuestra lengua. Su etimología se confunde con la de otro caloísmo, “curra”, que significa ‘paliza’, derivado de una acepción de ese mismo verbo, ‘pegar’.
La etimología parece explicar esta ambivalencia de significados del verbo “currar”: aunque la RAE relaciona el verbo con el sánscrito “k ṛnoti” (hacer), investigadores contemporáneos opinan que la raíz con la que habría que relacionar el verbo es el romanó “kur-”, de “pegar” o “golpear”, pero que en tiempos pretéritos se relacionaría con la acción del herrero que golpea el hierro con el martillo. De ahí vendría la asociación con la acción de trabajar, que es la que ha pasado hasta hoy.
Hay otros términos cuyo origen caló es más oscuro, destacan los autores, una confusión aumentada “por la poca o nula atención” que se ha mostrado a lo largo de la historia por tanto por el hispanorromaní como por el caló, critican.
Así, indican, no fue hasta el siglo XIX cuando aparecieron las primeras y escasas obras de cierta extensión sobre el habla del pueblo gitano en la península Ibérica, diccionarios y gramáticas que a veces no tenían rigor científico. Y hasta mediados del sigo XX no se publicaron los primeros trabajos rigurosos sobre el caló y su impacto en el castellano como los del filólogo alemán Max Leopold Wagner o el español Carlos Clavería.
Por eso, confían en que esta “pequeña ventana” al legado lingüístico que han incluido en su libro sobre la etimología de las palabras “sirva para revalorizar la historia y la lengua de un pueblo mayormente ignorado a lo largo de la historia y que hoy en día se esfuerza por recuperar su legado e identidad”.
Fuente: EFE