La bacteria Mycobacterium ulcerans, emparentada con los patógenos de la lepra y la tuberculosis, es responsable de la enfermedad conocida como úlcera de Buruli, una infección crónica y debilitante que afecta principalmente a la piel, corroe la carne y la gangrena, llegando a veces hasta el hueso.
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El sudeste de Australia está siendo afectado por un brote de este mal. De acuerdo con el diario The New York Times, desde 2016 se han reportado más de 180 casos por año, y en 2018 se alcanzó el máximo de 340. La enfermedad ya se ha extendido hasta la ciudad de Melbourne, de cinco millones de habitantes.
En el mundo, más de una treintena de países han reportado casos, especialmente en África. Para desarrollarse, el patógeno necesita una temperatura de 29 °C a 33 °C y una baja concentración de oxígeno (2,5%). La bacteria produce una toxina destructiva (micolactona) que provoca daños en los tejidos e inhibe la respuesta inmunitaria. De hecho, la enfermedad evoluciona sin dolor ni fiebre. Normalmente ataca las extremidades (55% de los casos reportados globalmente tienen úlceras en las piernas, un 35% en los brazos y otro 10% en otra parte del cuerpo). En cuadros graves, se puede llegar al fallecimiento o la amputación de un miembro.
Ataque al ser humano
La gran incógnita es cómo se contagia la enfermedad. La OMS dice que la “M. ulcerans es una bacteria presente en el medio ambiente cuyo modo de transmisión al ser humano todavía se desconoce”. Por lo tanto, no hay forma de prevenir la enfermedad.
Científicos consultados por el diario The New York Times creen que la úlcera de Buruli —así como aproximadamente el 75% de las enfermedades emergentes, incluyendo la COVID-19— es zoonótica. Esto quiere decir que puede transmitirse de animales a humanos. Las afecciones zoonóticas son cada vez más comunes debido a la invasión de las personas en los entornos salvajes.
En Australia, la hipótesis es que las zarigüeyas son portadoras de la bacteria y los mosquitos, que han entrado en contacto con las heces de esos animales, la transmiten a los humanos.
El segundo problema es el tratamiento. El método más común son los antibióticos. Cuando los casos son más severos, se requieren cirugías para remover el tejido necrosado. “A menos que te deshagas de esa carne muerta, la piel jamás sanará”, manifestó el doctor Adrian Murrie a The New York Times.
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