La noche es corta en Rusia. Pero es hermosa. Apenas son unas cinco horas de oscuridad. La gente no corre, camina. A lo mucho, trota. Los locos somos los latinos que hemos llegado a ver el Mundial. Se vive con calma, los rusos saludan siempre con una sonrisa y cuando te miran, te gritan: ¡Perrúúúúú!
Ellos son divertidos, no tienen el gesto adusto como creía. Los choferes respetan mucho al transeúnte. Si pones un pie en el cruce peatonal, los automóviles se detienen al instante. No importa a la velocidad que vayan, te ceden el paso.
Los amantes del cigarro también tienen su lugar. A pesar de estar en zona pública, no contaminan a los que no son fumadores. Entre 15 a 20 cuadras, hay una especie de ceniceros del tamaño de un tacho de basura y un sofá al lado. Puedes prender los cigarrillos que quieras y no molestar a nadie.
Los lugares solitarios no asustan, tampoco preocupan. Hay seguridad, pero es más que todo por la cultura mental y las leyes que rigen al país. Esta ciudad tiene muchas cosas por contar y aunque nada es perfecto, hay varios detalles por copiar. En Moscú han crecido no necesariamente por su buena economía, sino por las ganas de ser mejores. Ojalá en mi Perú se vieran este tipo de cosas.