Los viajes al interior de Rusia son complicados, mal organizados. En eso están fallando. Nunca respetan el horario. Tampoco se sabe con exactitud la puerta de embarque. Para llegar a Sochi viví exactamente lo mismo que para ir a Saransk y Ekaterimburgo.
Fastidiado, incómodo, me tuve que trasladar de la puerta 45, donde estaba programado, a la 32. Nadie avisó. Solo entre peruanos nos fuimos pasando la voz. Cuando llegamos, ningún miembro de la empresa pidió disculpas. Brillaron por su ausencia.
Busqué relajarme y un señor de abdomen prominente se percata de que soy periodista (por la acreditación FIFA) y lanza un discurso pro-Gareca y anti-Guerrero: “Tuvo razón cuando lo mandó a la banca contra Dinamarca. Está fuera de ritmo y ante Francia quedó demostrado”. Luego, como si diera un examen de conocimientos, agregó: “Por eso, ante los franceses, volvió el delantero renegón, reclamón”. Después se compadeció y añadió: “Ojalá haga un gol ante Australia, porque de lo contrario, de nada le habrá valido que lo dejen jugar”.
Más atrás, seis australianos charlan de manera divertida y no parece que hablaran de fútbol, sino de anécdotas vividas en la tierra de Putin. Así es un Mundial. Dos hinchadas que se juntan y no pasa nada. Por fin empieza el embarque al avión y me toca sentarme para la ventana. Más allá de todo, Rusia 2018 es una experiencia inolvidable. Lástima que ya se va acabando, al menos para nosotros.
(Fernando 'Vocha' Dávila)