Uno a uno, estudios científicos vienen confirmando la teoría -que ya tiene tres décadas de expuesta- sobre que los traumas psicológicos que sufren las personas se pueden transmitir en parte, no en todos los casos, a sus descendientes, a manera de ‘herencia traumática’, como sucede con la herencia de algunos males físicos o enfermedades somáticas que, en gran porcentaje, pasan de padres a hijos.
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En 1992, la especialista en psiquiatría y neurociencia Rachel Yehuda empezó a notar un aumento cada vez mayor de hijos de sobrevivientes del Holocausto que buscaban su ayuda terapéutica, señal de la ‘herencia’ de traumas.
“Sentían culpa, presión y ansiedad por separación que relacionaban con las historias de sus padres. Para entonces, una posible explicación desde los diferentes campos científicos que estudian los cambios de conducta y emociones era fruto de una cuestión ambiental: tal vez las madres y los padres asustados o sobreprotectores estaban causando que sus hijos se sintieran estresados a muy temprana edad”, refiere un informe de reconocido portal web El Confidencial.
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Ante ello, Yehuda y su equipo comenzaron a preguntarse si había algún elemento de herencia biológica en juego. Es así que pasaron a examinar los niveles hormonales de aquella descendencia del Holocausto y lo que encontraron en su estudio parecía un nuevo camino de significados: las personas estudiadas presentaban las mismas anomalías hormonales que sus padres, o lo que es lo mismo: las etiquetas epigenéticas que se adhirieron al ADN de sus padres en respuesta a su trauma fueron evidentes en la próxima generación.
Encontraron indicios de que los síntomas y desencadenantes de sus cuadros traumáticos se transmitían de generación en generación; el trauma podía ser, al parecer, hereditario.
Legado multigeneracional
A lo anterior se suma un experimento de 2013 que reforzó la teoría de Yehuda a través de ratones. Los autores confirmaron que los roedores pueden heredar el miedo de sus padres o abuelos: el estudio descubrió que los ratones cuyo padre o abuelo había aprendido a asociar el olor a flor de cerezo con una descarga eléctrica estaban más nerviosos por el olor.
“Conceptos como ‘aspectos intergeneracionales del trauma’ y ‘legado multigeneracional del trauma’ son algunos de los términos más utilizados para describir este fenómeno de nostalgia”.
Asimismo, otro estudio también llevado a cabo en 2013 por las psicólogas Ximena Faúndez y Marcela Cornejo, de la Pontificia Universidad Católica de Chile y al que titularon ‘Aproximaciones al estudio de la Transmisión Transgeneracional del Trauma Psicosocial’ explicaban que “aspectos intergeneracionales del trauma” y “legado multigeneracional del trauma”, son algunos de los términos más utilizados para describir este fenómeno de nostalgia.
Sin embargo, muchos expertos siguen siendo escépticos a la corriente. Un artículo publicado en 2021 en ‘The Guardian’ declaraba que el caso de la herencia epigenética transgeneracional en humanos se había “desmoronado”.
El caso es que Yehuda siempre ha reconocido las limitaciones de su estudio, describiendo la atribución de cualquier mecanismo epigenético específico en la descendencia de sobrevivientes de trauma como “prematuros”, además de aceptar que la transmisión biológica no significa que “la biología es el destino”, pero parece haber cada vez más evidencias de que, sea lo que sea, existe algo más en ese duelo tan ajeno como propio.
Herencia epigenética
Mientras que la genética describe la secuenciación del ADN, la epigenética analiza cómo los genes pueden activarse y desactivarse a través de etiquetas químicas que se adhieren a nuestros genes en respuesta a cambios en nuestro entorno y comportamiento.
Es por ello que cada vez más psicólogos y psiquiatras consideran que las palabras pueden llevarnos de vuelta al trauma inicial.
Otro factor importante del también conocido como ‘efecto segunda generación’, refiere el informe de El Confidencial, son el silencio y el secreto que a menudo envuelven un acontecimiento traumático.
A eso mismo se refiere Kimmerer cuando explica, en forma casi de recuerdo vívido, que entre las costumbres de su tribu, “en invierno, cuando la verde tierra descansa bajo un manto de nieve, llega el momento de las historias. Los narradores han de invocar, antes de dar comienzo a su historia, a aquellos que vinieron antes que nosotros y nos las transmitieron. No somos más que mensajeros”.
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