
Soltar no es rendirse, es confiar en que lo que debe quedarse se quedará. Y lo que se va deja espacio para algo nuevo.
Nos enseñaron que soltar es perder, pero a veces es la forma más valiente de amar(se). Soltar una relación que duele, un proyecto que no avanza, una expectativa que aprieta… es un acto de amor propio.
No se trata de olvidar ni de negar, sino de honrar lo vivido y elegir la paz. Soltar no es fracaso, es madurez. Y aunque duela, libera. Confiar en la vida, en los ciclos, en los aprendizajes. Porque cuando soltamos, algo dentro se acomoda, y esa ligereza se convierte en fuerza.
A veces, lo que sueltas te salva. Soltar también es reconocer que no todo está bajo nuestro control, que el cambio es inevitable y que resistirse solo alarga el sufrimiento.
Es abrir la puerta a nuevas oportunidades, personas y experiencias que, quizás, nunca hubieran llegado de seguir aferrados a lo que ya no nos hace bien. Lo que sueltas con amor, no se pierde: se transforma en libertad.










