Durante la pandemia por COVID-19 el personal de salud se ha expuesto a pacientes en situación de trauma, sufrimiento y malestar emocional que demandan ayuda, ocasionando un desgaste por empatía o fatiga por compasión en los profesionales. Representando una fractura emocional difícil de gestionar por parte del personal sanitario.
Según un estudio de la universidad de Alicante en España, para cuando termine la pandemia por coronavirus se duplicará la prevalencia de trastornos mentales y emocionales en los profesionales de la salud, pues han estado poco dotados de herramientas personales para la gestión de las propias emociones.
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La fatiga por compasión es una forma de estrés secundaria de la relación de ayuda terapéutica. Se presenta cuando se desborda la capacidad emocional del profesional sanitario para hacer frente al compromiso empático con el sufrimiento del paciente.
Asimismo, el término fue acuñado por Joinson en 1992. Se refirió a un síndrome observado en el personal de enfermería que atendía a pacientes con enfermedades potencialmente amenazantes para sus vidas.
Este síndrome afecta en mayor medida al personal sanitario que está en lo que se denomina popularmente “primera línea” de atención. Involucra a aquellos que tienen más contacto humano con el paciente que sufre y que teme por su vida a causa de la enfermedad.
Según algunos estudios la satisfacción por compasión proviene de una motivación [la vocación] intrínseca y aporta plenitud en el plano espiritual del profesional sanitario. Por ello, de no conseguir sentirla deriva en desesperanza y frustración, llegando incluso a incapacitar al profesional para el ejercicio de sus funciones.
Síntomas
Según la investigación este tipo de fatiga desencadena cuatro factores principales: autocuidado nulo o insuficiente; traumas no resueltos en el pasado, frecuentemente parecidos a la situación del paciente; dificultades para gestionar la presión asistencial y el estrés y falta de satisfacción en el trabajo.
Asimismo, los síntomas psicológicos se manifiestan en forma de ansiedad, disociación, ira, trastornos del sueño y pesadillas, y sentimiento de impotencia.
En cuanto a los síntomas somáticos, se manifiestan en forma de dolor de cabeza, aumento o disminución de peso, náuseas, mareos, pérdidas de conocimiento y, en algunos casos, dificultades auditivas.
Son frecuentes también los síntomas psicosociales tales como el abuso farmacológico, abuso de sustancias, sobrealimentación, evitar o dedicar menos tiempo a los pacientes y la aparición de sarcasmo, cinismo e irritabilidad.
Prevención
El primer objetivo psicoterapéutico debe ser el reconocimiento del fenómeno emocional y la conciencia plena sobre los síntomas y los factores de riesgo individuales.
Sin embargo, el autoconocimiento no evitará sentir las emociones naturales por exposición al intenso dolor y malestar emocional de los pacientes, pero tendrá una mayor capacidad de afrontamiento de la situación.
“Ello no implica la más mínima pérdida de humanidad en la relación con el paciente, sino todo lo contrario. Autopercibirse más estable y seguro en un encuadre terapéutico adecuado, hará al profesional más humano con los pacientes y compañeros”, asegura Enric Soler Labajos, profesor del Posgrado de Atención a Personas con Enfermedad Avanzada y sus Familiares de la Universitat Oberta de Catalunya.
La autoconciencia, la aceptación de la situación, los hábitos de autocuidado, incluido el compromiso de uno mismo, y las redes de apoyo personal y profesional sólidas también serán objetivos terapéuticos de la supervisión de la fatiga por compasión.
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