
Muchos me cuentan que sueñan con tener un perro y un gato juntos, pero creen que siempre serán enemigos. Esa idea viene de las caricaturas y no de la vida real. La convivencia entre ellos es posible, aunque no sucede de la noche a la mañana.
El secreto está en las presentaciones y en el respeto de los tiempos. Un perro muy inquieto puede asustar a un gato, y un gato temeroso puede reaccionar con arañazos.

La clave es que ambos tengan espacios propios, que el perro aprenda a controlar su energía y que el gato tenga lugares altos donde sentirse seguro. Con paciencia y refuerzo positivo, muchos terminan compartiendo juegos, camas y hasta siestas.
La amistad entre perro y gato se construye con cuidado y dedicación. No se trata de forzarlos, sino de guiarlos. Cuando lo logramos, el hogar se llena de armonía y de una ternura que vale cada esfuerzo.










