El amor de un perro siempre será desinteresado, leal e inquebrantable.

Nunca amaremos a nuestros perros como ellos a nosotros. Es un amor injusto si somos sinceros.

Su amor no conoce de límites. Un hijo de puta puede golpearlos o abandonarlos o dejarlos sin alimento, pero ellos lo seguirán amando como si fuera el mejor de los humanos. Su amor no se reducirá una micra.

Los perros no conocen el odio, el rencor, la venganza. Esos defectos que hacen del hombre el peor de los habitantes de este planeta.

Si los perros dominaran el mundo, estoy seguro, este mundo sería mejor. O, al menos, .

Pancita -mi labradora de 15 años, color caramelo, ojitos cafés- amaba así, con obsesión y desmedida.

Mascota
Mascota

La amamos mucho, sí, pero nunca fue suficiente, porque ella nos amaba más.

Llegó a casa como un copito de nieve, pequeñita y tímida. Pero creció tanto que ocupaba ella sola un sofá. Pronto nos acostumbramos a sus ronquidos, a sus pelos sueltos volando por la casa, a sus ladridos endemoniados de medianoche.

Nos acostumbramos a sus eufóricas bienvenidas y a sus lamidas inesperadas. A su cola derrumbándolo todo. Ella era el caos. Era el desorden. La intranquilidad de esta casa.

Hoy Pancita partió después de darme todo su amor y de no ser correspondida como quizá hubiera merecido y querido. Porque los humanos, tontos humanos, deberíamos amar como aman los perros, pero amamos con miedo, con dudas, con desconfianza. Amamos con timidez, sin darlo todo. Y esperando de regreso lo mismo para ser feliz: que también nos amen.

ADIÓS, PANCITA, AMIGA FIEL

Hoy Pancita ha cerrado sus ojitos lentamente, mientras la inyección de pentobarbital recorría sus venas. Así, ha dejado de sufrir de todos los achaques que trae consigo la vejez.

Se ha ido tranquila, rodeada de quienes la amamos. Se ha ido sintiendo mi mano sobre su lomo. La misma mano que hace quince años le rascaba la panza y que ella mordía de emoción.

Su corazón gigante ha dejado de latir. Pancita se ha llevado su amor infinito, y nos ha dejado el desconsuelo. Ya no tengo perro que me ladre.

El periodista y novelista español escribió que cuando un perro muere, el mundo se hace más desleal y sombrío. Y así veo el mundo hoy: más triste.

LOS PERROS VAN AL CIELO, LOS HUMANOS...

Mi mamá dice que cuando uno muere, son los perritos quienes nos reciben al otro lado. Allá esperan ellos a sus amos, agitando la cola, ladrando de emoción, levantando las patas. Con su pureza, su bondad y sus pulgas.

El dilema es que todos los perros van al cielo, pero todos los humanos no.

Aquí quiero citar un verso de , quien afligido por la muerte de uno de sus perros escribió: “(...) Y yo, materialista que no cree en el celeste cielo prometido/para ningún humano,/ para este perro o para todo perro/creo en el cielo, sí, creo en un cielo/donde yo no entraré, pero él me espera/ondulando su cola de abanico/para que yo al llegar tenga amistades” (Un perro ha muerto).

Ya volveré a ver a Pancita algún día. Y entonces espero estar a la altura de su amor. De su gigante amor.

La extrañaremos mucho en casa.

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