Delia Tolentino llegó a Lima a los 14 años huyendo de la pobreza y las injusticias en su natal Huaral. Trabajó como niñera y recepcionista en una clínica en Lince. Su ilusión era ser enfermera, pero no tenía dinero para estudiar.
Hoy, esta abuelita emprendedora y aguerrida tiene 78 años, es muy engreidora con sus nietos y bisnietos, y se dedica a vender espárragos y holantao a los chifas más conocidos de Lima, a pesar de que hace poco perdió el sentido de la vista. Su puesto está ubicado en el Mercado Minorista Tierra Prometida en Santa Anita.
Doña Delia, ¿desde qué edad trabaja?
Desde los 14 años que vine a Lima con mi madrina. Nací en Huaral, pero éramos muy pobres. Trabajaba en su casa como niñera.
¿Siempre quiso ser comerciante?
No, pero es lo que tocaba. Quería ser cosmetóloga o enfermera. Llegué a trabajar en una clínica en Lince y ahí me enamoré de la enfermería, pero por falta de dinero no pude estudiar. Necesitaba trabajar para comer.
¿Y cuántos años lleva vendiendo espárragos y holantao?
Empecé vendiendo verduras, hasta que conversando con mi hijo decidimos que solo nos dedicaríamos a los espárragos. Ya tengo 25 años en esto, imagínese. El holantao vino después.
¿Su hijo también es comerciante?
Sí, le heredé el don de negociante (ja, ja, ja). Él vende holantao. Y ya tengo nietos y bisnietos.
¿Y es una bisabuela ‘alcahueta’?
Uy, sí, todo lo que quieran les doy. Ellos me piden nomás. Los quiero muchísimo. Al igual que mi hijo, son mi alegría de vivir.
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¿Desde hace cuánto no puede ver?
Hace dos años. Llegué un día al hospital y me dijeron que ya no podían operarme porque mi catarata se había hecho piedra. Fue por descuido y falta de dinero que me quedé ciega. Mis nietos sufrieron, pero yo les decía que dejen de llorar, que no me tengan lástima.
¿Y cómo hizo para seguir con el negocio?
Mi hijo me ayuda muchísimo. Él me trae al mercado a las 2 de la mañana, acomodamos todo bien bonito, y luego mis amigos que venden al costado me ayudan a cobrar. Felizmente tengo clientes caseritos que no me estafan.
¿La ceguera la volvió más fuerte?
Y más valiente. Ya no le tengo miedo a nada, ni a la muerte.
Por ahí me contaron que le encanta la música...
¡Sobre todo la música criolla! Como no puedo ver, llego a mi casa y lo único que hago es descansar y escuchar valses o a mis queridos Embajadores Criollos. Claro que también escucho mis novelas, ja, ja, ja.
La pregunta del millón, ¿cómo se sabe que un espárrago está fresco? Es casi un mito...
Tiene que estar ‘verdecito’ color pasto y lo sé porque cuando lo toco termina en punta cerrada, algunos le dicen ‘punta lapicero’.
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